Cada mañana abro los ojos y aún está oscuro; son las 4:30 de la madrugada. Comienzo por agradecer en los primeros diez minutos, echado en mi camita. Cuando inicié a aplicar esta actividad en mi rutina diaria, al principio, me sumergió en espacios comunes, tales como la vida, mi familia y yo.
Así
pues, la gratitud se adentra en lo que denominamos las cosas sencillas de la
vida, esas que, al tenerlas tan cerca, las consideramos hechas, pero en
realidad no es así. El hecho de que las des por sentadas no implica que sean
perpetuas o que necesariamente te sean propias. De esta manera, con esa mirada,
las gracias empiezan a derramarse sobre las sábanas que me acarician suavemente
en ese instante.
Ya
siendo las 4:40 de la mañana, elijo un short y un polo de mangas cortas. Unas
tobilleras y mis zapatillas que solo uso dentro de casa. Mat en medio de la
sala verificado, vestimenta cómoda verificada, una estiradita para eliminar
contracturas verificada, audífonos verificados; todo esto para comenzar mi día
realizando una meditación por un intervalo de treinta minutos, acompañado de
inhalar y exhalar aire por la nariz con una intención, visualizando,
imaginando, construyendo la película de lo que deseo que suceda en mi día, mes,
año, en mi existencia.
Existen
días en los que mi rutina respiratoria es holotrópica, otros en los que es
restaurativa de consistencia cardíaca, y algunos en los que se activa la
pineal. ¿Te parece hippie, monse, místico, budista, zen? ... Con todo respeto,
me vale madres lo que pienses.
Lo
que percibo en mis oídos cambia dependiendo del día o de mi estado emocional.
En ocasiones, un podcast; en otras ocasiones, ondas biaurales; en otro momento,
mantras; según las circunstancias, sinfónicas; o finalmente solo radio oxígeno.
Jamás música con letra que aborde rupturas, melancolías, adversidades o
"cantinero, sírvame otra copa"... No daño mi cerebro de esa manera y
mucho menos en el preludio del día.
Posteriormente
le administro una ducha fría a mi cuerpo, ya sea en primavera, verano, invierno
u otoño. ¿La razón? Activa mi nervio vago (googlea qué función tiene y te darás
cuenta de que todo lo que sucede en nuestro organismo se produce ahí).
Son
las 5:15 de la mañana, tomo aquella ducha con agua fría. Jean azul, polo gris o
negro (poseo 8 camisetas cuasi idénticas). Me la plagié de Mark Zuckerberg y
Steve Jobs, quienes optaron por no consumir ni una sola caloría al reflexionar
sobre qué vestir, sobre todo al momento de ir a trabajar. Declaro mi
pertenencia a ese club. No deseo enfocar mi cerebro en eso durante cada mañana
por cinco días a la semana.
He
ido adquiriendo conocimientos, explorando, realizando cursos, retiros,
seminarios, certificaciones y todo lo que de manera responsable se encuentra a
la altura de la ciencia para recuperar mi soberanía.
Hoy
puedo afirmar que comprendo cómo operan las emociones. Las personas afirman:
"Las emociones te causan enfermedades"... Mentira.
Lo que te causa malestar es la química en el cerebro que genera una emoción.
Las emociones y las hormonas mantienen una relación recíproca, dado que las
hormonas actúan como transmisoras de los compuestos químicos que el cerebro
libera al sentir cierta emoción. En otras palabras, lo que realizo diariamente
es simplemente poner en marcha mi botiquín emocional personal. Y esto no es una
creencia mágica ni optimista o "creces si crees que puedes...". Esto
es una ciencia estricta y sólida. Neurociencia, mi reciente pasatiempo, por el
cual también he estado desaparecido un tiempo en estos lares.
Me
he desplazado por muchos lugares en busca de encontrar pasatiempos, actividades
que me permitan recuperar mi autonomía mental. ¿Qué asimile? Pues a reducir los
grados de ansiedad mediante ciertos métodos y estilos de abrazo. Algo que en
realidad no resulta poco cuando hablamos de salud emocional.
Hace algunos meses, me enfoqué mucho más en el tema y en la investigación de
cómo opera el cerebro humano. Si deseas que te proporcione una primera
sugerencia, ahí te va: Ten mucho, ¡pero mucho cuidado con lo que piensas!
Los
pensamientos positivos producen sentimientos positivos y estos últimos se
reflejan en resultados igualmente positivos. Negativas mentales... todo lo
contrario. Lo que sucede en el ámbito químico de tu cerebro repercute
directamente en el ámbito fisiológico, es decir, impacta en tu organismo.
Por lo tanto, es imprescindible (al menos para mí) comenzar el día cultivando
en mi cerebro emociones de alta frecuencia, las cuales van a producir químicos
beneficiosos. Ahí es donde las manifestaciones entran a tallar. El efecto en mi
cuerpo será instantáneo. Lo puedo vincular con una melodía, de tal forma que,
como si fuera uno de los canes de Pávlov, cada vez que oigo esa melodía, la
emoción positiva regresa a mi cuerpo y mente. En otras palabras, he cultivado
una emoción en mi cerebro.
Existen
diferentes formas de cultivar en el cerebro, como si se tratara de un jardín;
una de estas formas es la palabra. Por lo tanto, también debes ser cauteloso
con las palabras que empleas. Todo lo que emites debería ser sagrado. Cada
palabra, sonido, onda, vibración posee una fuerza. Háblate bonito.
No me he transformado en Osho, no soy un santo —ni aspiro a serlo— ni lo seré
jamás, no soy un monje de origen tibetano. De hecho, la continuaré embarrando
dado que soy un ser humano. Esto no implica "dominar mis emociones",
ya que cada una de ellas entra en nuestro cuerpo con un propósito específico.
Finalmente, estas son bellas señales acerca de mi existencia y mi ambiente.
Porque no somos ni seremos, sino más bien estamos siendo a cada momento. Tengamos
claro que esto no es una panacea, y menos te va a convertir de la noche a la
mañana en una persona iluminada, pero algún ápice de claridad ha de entregar.
Cada emoción posee un objetivo y debemos aprender a identificarlas y, sobre
todo, a escucharlas. ¿Qué mensaje transmite esta emoción? ¿Qué requiero
adquirir? ¿Qué me está alertando? ¿Qué puedo hacer?