martes, 31 de diciembre de 2024

Y tú… ¿Qué deseas?


En Puno y algunas regiones de Bolivia, existe la famosa Feria de las Alasitas —Patrimonio Cultural de la Nación— según la IA: las alasitas son objetos artísticos en miniatura que se venden en ferias artesanales y que representan los deseos y aspiraciones de las personas. La palabra “alasita” proviene del verbo aymara “alathaña”, que significa “cómprame”. Esta maravillosa feria existe en honor también a Ekeko —dios aimara de la abundancia—. Todos conocemos a este muñequito, que anda lleno de bolsitas con mercancías de dudosa procedencia y con su infaltable cigarro Inca. 

En conclusión y en cristiano, significa que es un muñequito miniatura artesanal que tiene como objetivo —mediante un ritual— hacer que cualquier cosa se convierta en realidad.

Es decir, si te compras una casita miniatura, en conjunto con el ritual chamánico que trae en combo: campanadas, agua de todas las flores de una florería, escupitajos con Listerine bamba, tres rezos en otra lengua —fácil te están insultando en quechua o aimara— y finalmente una bendición. Concluido todo ese trajín, muy probablemente usted vea materializado su sueño de la casita propia. Lo mismo ocurriría si te compras un autito miniatura, pues del mismo modo hay altas probabilidades de que, después del ritual, salgas de tu casa y veas el autito materializado en la puerta de tu casita.

Por estas fechas, el año pasado, alguien apreciado me entregó un cartoncito, que no era más que un título profesional, incluso entregado a nombre de la nación y emitido por mi fabulosa alma mater. La verdad es que en aquel momento no dejé de reír por la incredulidad de hasta dónde llega la imaginación de los comerciantes con la finalidad de acometer buenos ingresos económicos. Lástima que a la mañana siguiente no apareció un courier con el título profesional en la puerta de la casa, ni mucho menos la universidad me llamó para felicitarme por tal obtención. Por el contrario, lo que ocurrió fue que apunté con compromiso y responsabilidad a finalmente desarrollar todo aquello que conlleva obtener este grado académico. Aunque a valer verdad, egresé hace cuatro años de la universidad y recién este año me puse las pilas para obtener el ansiado y anhelado título —a pesar de todas las adversidades afrontadas en este lapso— pues finalmente solo falta sustentarlo. Así que definitivamente, ese cartoncito que me obsequiaron a finales del año pasado pues surtió efecto a su manera.

He tenido la oportunidad de visitar esta feria, que anda repleta de gente; pudiendo comprobar que efectivamente venden miniaturas de todo lo habido y por haber, de todo lo deseable y por desear. Pasan el huevo, el cuy, leen las cartas, las hojas de coca, el maíz. Incluso hasta hay invidentes —o al menos dicen serlo— que realizan masajes liberadores de malas auras. El color amarillo abunda por doquier, aunque también hay rojo para el amor, verde para buscar protección, dorado para el éxito, blanco para armonía, azul para atraer seguridad y demás colores habidos y por haber. Sin duda alguna es el universo del pida nomás que todo se consigue y olvídese de hacerse cargo; dejemos todo en las manos de Dios, del universo, del Ekeko, de la suerte y de los demás, pero usted no se preocupe que no debe hacer nada. 

Siendo realistas, si dejas todo en mano de la suerte y nunca haces algo, simplemente estás renunciando a tu vida y, lo que es peor aún, a la responsabilidad de tus actos. Aunque no faltan quienes creen que, si no hacen nada, entonces simplemente nunca tendrán que dar razón a nadie; por ende, nadie puede emitir juicio alguno por algo que nunca hizo. Y, obviamente, si las cosas no salen como uno desea, pues no se comerán el mal rato del que dirán ajeno.

Particularmente, yo era de los que no creían en las cábalas, en dejar que mi vida se rija por la suerte, en realizar rituales para “un buen porvenir”; sin embargo, este año he renunciado a esa creencia, por lo que incluso ayer, cuando fui a comprar mi agenda 2025 —sí, a pesar de tener Keep o blog de notas en el cel—, pues prefiero siempre plasmar todo en papel. Es así como me compré una agenda astral para este año que está por comenzar —que obviamente incluye cábalas— las mismas que he de realizar en tan solo unas horas. Si Dios, la vida, el universo o el Ekeko lo permiten, pues podré dar testimonio dentro de 365 días de cómo me surtieron efecto estas acciones a realizar hoy a medianoche.

Me gusta creer que toda experiencia de vida tiene un "¿para qué?" y no un "¿por qué?", ya que este último busca una razón lógica inmediata; por el contrario, el primero va más allá. Aunque no siempre podamos tener el control de aquello que sucede, pues siempre podremos elegir cómo responder ante ello. Es por esto por lo que, para mí, el año nuevo trae un concepto de recibir algo nuevo, un nuevo comienzo; es una dosis de volver a empezar, volver a comenzar. Hagan válido este concepto si también les resuena, porque nunca falta quien dice: “Ahh, esperas año nuevo para comenzar…”

Todo comienzo, previamente, tiene un final; así pues, si algo terminó, es porque cumplió su propósito en tu vida, y todo lo nuevo tiene un propósito que aún desconocemos. Al fin de cuentas, todo, absolutamente todo tiene un para qué. Así que hoy me dispondré a dejar todo lo que pude haber vivido en este año que está por terminar, para iniciar el año venidero brutalmente renovado. Felizmente me conozco lo suficiente para saber que cuento con determinación para lograrlo, así que, si el Ekeko me falla, pues estaré yo para no claudicar. 

A mí me funciona reiniciar, hackear mi cerebro; si a ti te funciona, tómalo. En mi caso, me funciona internalizar que es una fecha en que puedo recomenzar. Es más, no comienzas desde el mismo punto de partida que el año que se va, sino más bien comienzas con ventaja, con todo lo vivido, todo lo adquirido; comienzas con lo que no funcionó y sabes que entonces por ahí no es. Lo que hayas podido lograr el año que se va tiene que ver contigo. Pero vuelve a prometerte cosas; algunas las podrás cumplir y otras no, pero eso es lo de menos, así que toma esta nueva oportunidad para volver a empezar. No tengan miedo, todo depende de uno, así que tomen esta oportunidad, porque como he aprendido, pues solo hay una vida y por más que deseemos, no la podemos comprar ni siquiera en una feria de las Alasitas. Y como bien decía Sor Juana Inés: “Goza, sin temor del hado, el curso breve de tu edad lozana, pues no podrá la muerte de mañana quitarte lo que hubieres hoy gozado”. Sin más verborrea por mi parte este año, ¡les deseo un feliz año nuevo!

jueves, 19 de diciembre de 2024

Elefante rosa en Navidad

Ya no falta nada para Navidad; caí en cuenta de esta situación desde hace algunas semanas porque el tráfico se hace insoportable y caótico, el tránsito peatonal en las principales calles de nuestra ciudad empieza a convulsionar y la aparición de ambulantes es inevitable por doquier.

Fuera de estos sucesos mencionados que aparecen como recordatorio o red flags de que la Navidad se avecina, hace poco leí una nota que hablaba sobre nuestra eficiente e incorruptible, la Benemérita Policía Nacional del Perú, señalando cómo su labor mostraba un máximo de intervenciones en los meses de julio y diciembre, que curiosamente coinciden con el pago de las gratificaciones.

No quise dejarme llevar por el colectivo pensamiento de la gente, pero pude constatar de primera fuente que efectivamente hay un singular incremento en las intervenciones policiales, sobre todo de los efectivos policiales que pertenecen al escuadrón de tránsito. Vengo trabajando en la zona del parque industrial desde hace más de un año. Así que específicamente en esta época me dispuse a estar más atento a la presencia de los efectivos policiales. Curiosamente, efectivamente, en el mes de diciembre he podido constatar visualmente todos los días —no exagero—, por lo menos de lunes a viernes, sin falta alguna, mínimo a dos efectivos policiales interviniendo alguna unidad vehicular, desde las vans, “loncheritas" y muchos camiones que a leguas evidencian estar en falta y mínimamente no contar con el certificado de inspección técnica vehicular vigente o permisos para el tipo de carga que transportan.

Obviamente, nuestros efectivos policiales saben de probabilidades, así que no intervendrán vehículos que a primera vista cuenten con toda la documentación en orden. Algo que, por cierto, es muy evidente y la verdad que hasta vergüenza ajena me da, se nota demasiado su “eficiente y eficaz” labor de intervenciones policiales en esta época del año.

Desde hace unos años que vengo desarrollando mi vida laboral profesional; siempre la Navidad también se hace mostrar en el trabajo a su manera, dado que comienzan los pedidos de las cuotas para el compartir del equipo de trabajo —fuera de la fiesta o compartir que hace la empresa para todos—. Por lo menos en mis últimos dos empleos me he topado con esa costumbre —celebrar doble— y a decir verdad no me desagrada. Y no olvidemos lo más importante, el juego del ángel o amigo secreto, pasatiempo que, por cierto, es el que más me agrada en esta época del año. Finalmente, lo que valoro de este pasatiempo es la disposición de aquella persona —incógnita para uno— para ingeniárselas y hacer lo posible por mantenerse en incógnito y, además, semanalmente sorprender con la muestra de algún detalle, que obviamente en cada ocasión tiene que variar y no ser repetitivo. Valgan verdades y vale la pena resaltar ello; será que lo vivo así porque en los últimos años mi ángel siempre ha sido una mujer y —como sabemos— tienen mejor tino para estas lides del fin de año.

Las semanas previas a la Navidad se pueden sentir también porque de pronto se organizan infinidad de reuniones, familiares o amicales. En mi caso no puedo quejarme, dado que estas semanas he podido disfrutar de buena compañía, aunque ello haya implicado movilizarse y acomodar los tiempos de manera ajetreada, pero valieron la pena, y es que ciertamente, cuando alguien desea algo, busca la manera de conseguirlo acomode lugar.

Finalmente, están los que hacen las compras a último momento —siempre he sido detractor de aquel grupo humano—; debido a los últimos acontecimientos en mi día a día, he pasado a formar parte de este grupo, por lo que recién en estos días me puse las pilas e inicié con la ardua tarea de conseguir el regalo idóneo. Felizmente he logrado la consecución de estos ítems. Lástima que con mi regalo no tuve ese éxito, pero lo importante es recibirlo antes que se termine este año, que por mucho y de lejos, ya me ha regalado mucho, desde las derrotas, las pérdidas y ausencias, así como también nuevos vínculos, experiencias y aprendizajes.

Ciertamente, lo más importante de un evento como la Navidad, que funciona como acto protocolar para la incitación de una reunión, compartir y demás, es que busquemos conectar con las personas que nos rodean en estas fechas, desde conocidos, amigos y familiares. Resalto que no debe ser desde la hipocresía, como escribirle un mensaje a alguien solo porque es Navidad o hacer de cuenta que no hay diferencias y todo es color de rosa, sino más bien buscar una conexión genuina primero con nosotros mismos y luego también con quienes nos rodean. Así que regálate también una inspección a tu interior y, si te topas con un elefante rosado en tu interior, pues aprovecha y sácatelo de una buena vez.

Sin más que decir por ahora en este espacio, les deseo: Feliz Navidad a cada uno de ustedes.

jueves, 12 de diciembre de 2024

El alma presiente: la vida es fugaz y la muerte es eterna

 

Han transcurrido tres semanas desde que publiqué mi última columna; he estado escribiendo, pero esta vez solo para mí. Como una catarsis personal. Así que aquí voy hoy jueves a las dos de la mañana, después de haberme dormido como un bebé desde las seis de la tarde del día anterior. No sé por qué, pero desperté con ganas de escribir, pero ya no solo para mí, sino también para otros, comenzando con un saludo de cumpleaños para alguien que celebra un año más de vida; y ahora aquí, volviendo a este espacio mío y suyo, volcando estas palabras mientras a la par escucho —por enésima vez— Moonlight Sonata en esta madrugada, sin importar que ingrese a trabajar entre las seis o siete de la mañana —aunque mi contrato dice que es a las seis de la mañana—, finalmente el tiempo es efímero y debemos invertirlo en aquello que realmente deseamos e importa.

En este blog, como lo dije desde un principio, escribiría lo que me venga en gana, y ha sido así, desde el amor hasta la política; sin embargo, como todo en la vida, llega un momento donde se hacen presente situaciones que reclaman su lugar. Así llegó en mi vida, la muerte reclamando su lugar, así que la verborrea que en adelante surja y plasme es una dedicatoria a la muerte, que finalmente es el único suceso seguro que nos ocurrirá en esta vida.

Debo comentar que hace meses me uní a un grupo terapéutico; es así como cada lunes por la noche se dan nuestras reuniones, y así conocí a Amelia, una joven de veinticuatro años, cándida, alegre, atrevida, con fuerza y empuje, que aparentaba no tener miedo a nada –recuerdo que alguna vez dijo que en la vida no debía haber tiempo para tener miedo– aunque, como todos sabemos, siempre hay un miedo en nuestro interior. Después supe que su miedo estaba relacionado con la muerte, no por el suceso como tal, sino más bien con saber cómo era la muerte. Me encantaba su actitud, su manera de cuestionar las cosas y hacer frente a la vida.

Hace unos meses, Sebastián, el psicoanalista de grupo, nos reunió a todos como era de costumbre, aunque la manera en que lo hizo fue peculiar. Iniciamos tarde la sesión, algo raro, hasta que alguien dijo que algo no andaba bien. De ese modo, Sebas se hizo presente y nos comunicó algo que, por sus propias palabras, no hubiese querido comunicarnos. Las caras de todos estaban desencajadas; las recuerdo a detalle. Sucede que en nuestro interior sabíamos de qué podía tratar aquello que nos tenía que decir. Finalmente llegó el momento donde nos dijo: Muchachos… Amelia murió.

Inmediatamente se hizo un silencio estruendoso en la sala; recuerdo que Sebas seguía hablando, pero no capté y retuve nada. En mí invadió el recuerdo de la última conversación con Amelia, mientras me quedé mirando el techo. Alguno se paró y pateó su silla; otros se tomaron la cabeza y cerraron los ojos, otras lloraron y se abrazaron desde el desconsuelo y algunos solo se reclinaron en sus sillas. Cada uno se desahogaba a su manera.

Amelia tenía una enfermedad terminal; me hubiera encantado conocerla en sus mejores años, pero el destino tiene sus tiempos, y estos son perfectos como suceden.

Amelia era alguien que no hacía drama –como quizá yo o muchos lo hacemos– le gustaba la sinceridad, y aquellos que me conocen, para bien o para mal, saben que soy amante de la sinceridad brutal. Por eso con ella asumí el compromiso de ser sincero y no ocultarle la verdad. Ambos sabíamos por ello que en la vida hay cosas que no se pueden. La última vez que nos vimos nos dimos un abrazo y me preguntó si tenía miedo. Me dejó perplejo su pregunta, a lo que solo atiné a devolvérsela, y ella, siendo fiel a su estilo, me dijo: "Descubrí que quiero vivir y voy a vivir. Aunque tal vez esta sea la oportunidad de averiguar cómo es la muerte". No dije nada. Solo nos volvimos a abrazar y nos despedimos en medio de algunas lágrimas.

Hace poco más de dos semanas, mi papá ingresó a cuidados intensivos; he aprendido que cuando uno ingresa allí, es para no volver a salir, por lo menos desde mi experiencia personal. Al igual que Amelia, mi papá también tenía una enfermedad terminal. Ahora recuerdo mi última conversación con él. Nuestras interacciones eran casi siempre epistolares, lo que me encanta porque me deja el recuerdo como tal, a diferencia de lo verbal, que es efímero y circunstancial o hasta pretérito.

He aprendido –sobre todo de mi padre– que en la vida no podemos claudicar. Hay tanto por decir sobre él, que a veces tanto es muy poco para definir lo que uno siente en realidad. Las sensaciones y emociones no se pueden transmitir cabalmente a través de palabras, porque finalmente estas fueron creadas por nosotros mismos, que, como sabemos, somos seres tan imperfectos.

Su energía y sus ganas de vivir eran tantas que por momentos confiaba en revertir su situación. Es más, si bien hablábamos de su enfermedad, jamás le gustó que fuera el tema central de las conversaciones; lo terminaba diluyendo y colocaba otros temas de su interés propio, donde siempre deseaba realizar proyectos a futuro; siempre tenía algo por hacer. Era un viajero empedernido, no había quien lo detuviera, ni su enfermedad pudo contra ello, amante de las fotografías, videos y melodías–demostrado en la infinidad de álbumes, cintas VHS, cassettes y CD's con las que contaba–, apasionado de la lectura y escritura. Ojalá tuviese su caligrafía —aunque los que me conocen me dicen que escribo lindo—, pues en realidad, en comparativa, parezco médico de hospital nacional —sin desmerecer—; al igual que con Amelia, a mi padre también me hubiera gustado conocerlo antes, en su época lozana, aunque eso sin duda alguna me hubiera sido imposible.

Me enteré por un mensaje que mi papá había dejado este plano existencial, atorado en medio del maldito tráfico caótico —paradójicamente camino al hospital— de un día de semana por la mañana. Son raras las sensaciones corporales cuando hablamos de emociones; sentí una erupción emocional desde el estómago, me mordí los labios y, sin poder contenerme, me puse a llorar. Desde aquel momento, siento estar en modo avión; no logro conectar del todo con todos y con todo. Es normal, por lo que me han dicho quienes tienen sapiencia y experiencia en este campo. Así que me entrego al proceso.

También he aprendido que en la vida hay promesas que no podemos cumplir, y pensé hasta el momento que eso no era posible, que el incumplir una promesa era simplemente falta de compromiso. No pude cumplir una promesa con la que tanto me comprometí, y la causal fue la muerte.

Supimos por la mamá de Amelia que sus últimas palabras fueron: “Así que esto es la muerte”. Y en mi papá, pude ver en sus ojos cómo vio a la muerte.

La muerte es, sin duda alguna, algo que nos perturba a todos, desde que existimos como género humano. Tenemos la muestra de que cada cultura ha intentado responder esta interrogante como pudo en su momento; así primero surgió la mitología y más tarde la religión. Podemos ser creyentes o no; no cuestiono ello, eso lo dejo librado a la conciencia y la fe de cada uno. Pero independientemente de eso, Dios ha sido la respuesta que la humanidad encontró para calmar y subsanar la angustia que nos genera el desconocimiento de la muerte. Quizá como yo, creas que las personas que no están más en este plano terrenal están en algún otro lado, en algún otro plano; sin embargo, no hay libros ni conocimiento alguno de si aquello es real.

Por ello es así como debemos aprender a soportar la duda. Todo no se puede saber. Nadie puede saberlo todo. Nadie, excepto Dios, si es que, claro, crees en él. Y como ninguno somos Dios, pues debemos aprender a vivir como la mayoría de los mortales comunes que somos, con la duda, con el miedo, con la angustia de no saber qué hay más allá de la vida. Porque, como aprendí de Amelia y mi papá, ir en busca de certeza en este tema es ir en busca de la propia destrucción, porque en lo referente al misterio de la muerte no hay certeza posible: solo teorías, pensamientos y dudas, y a veces, solo a veces, angustia.

Me atrevo a decir que, en los últimos ocho meses de mi vida, he aprendido más sobre la vida misma que de todo aquello que he podido aprender en mis veintisiete años de vida. Los duelos son batallas perdidas, son derrotas, y a quien en su sano juicio le gusta perder; sin embargo, la verdadera pulcritud de la vida está en saber continuar, soltando, sin aferrarse, porque la vida se encarga de sacarte de lugares que no son tuyos y colocarte en otros para aprender y mejorar nuestra versión; del mismo modo hacerte coincidir con otras personas, aunque sea por un breve tiempo y luego divergirlas de tu vida.

En estos días, un amigo —casi hermano— me dijo: “Vivimos menos tiempo del que pasamos muertos”. Así tengo claro que, al reloj de la vida, solo una vez se le da cuerda. Ningún ser humano tiene el poder de saber cuándo las agujas se detendrán. Es el único tiempo que te pertenece, así que vive, ama y lucha con determinación, desconfiando del mañana, porque las agujas pueden haberse detenido para entonces.

La vida es como una montaña; para escalarla, debemos ser como alpinistas, debemos tener guantes y zapatos con trinches, ir atados al de arriba y al de abajo, porque si alguno de los puntos de apoyo falla, tenemos que estar sostenidos de otro punto, porque si no, simplemente nos matamos, así que no podemos avanzar en la vida sostenidos de un solo punto, de un solo sueño, de un solo deseo; porque cuando he perdido sueños importantes, cuando se ha muerto gente querida, cuando he perdido amores, me han sostenido mis otros puntos de agarre, como lo son: amigos, trabajo, estudio, pasiones, hobbies, etc. Ahora que lo pienso, soy una persona que siempre ha tenido más sueños y deseos, que tiempo. He intentado muchas cosas, algunas salieron y la mayoría no, pero eso no importa, porque en realidad prefiero que se me acabe el tiempo antes que los sueños o los deseos; este pensar en mí lo fortalecieron las historias de vida de los seres sobre los que les he contado someramente en las líneas antecedentes de este escrito.

Cuando me toque irme de este mundo, no quiero sentir pena por los sueños o deseos que aún tenía por cumplir. Y no quedarme viendo el transcurrir del tiempo, preguntándome cuánto falta para que esto termine. Así que no he de esperar mi muerte; dejaré que me sorprenda, y qué mejor forma de hacerlo que viviendo la vida a pleno.

Como dije en un principio, este escrito va dedicado a la muerte, pero haciendo énfasis en la vida, porque para que haya muerte, primero tiene que haber vida. Así que vivamos cada día como si fuera el último, sin resentimientos, sin culpa, sin temores, aunque, como todo en esta vida, a veces es un poco difícil. Pero no claudiquemos en el intento. Aunque la vida siempre nos enseña con sus formas que todo no se puede.