Estas líneas las escribí hace unas semanas y, como casi todos los post, estos primero pasan por la aprobación de mi entrañable editora, quien para este caso ya lo había aprobado un miércoles, así que el post estaba listo para ser publicado sacramentalmente como cada jueves, pero aquel jueves, nada volvió a ser igual. Como preámbulo a las líneas a continuación, puedo hoy decir que la vida es completamente imperfecta y que una exigua perfección que muestra es la muerte. Me explico: morimos teóricamente porque algún órgano perfecto —previamente— en su funcionamiento, presenta de pronto una imperfección, lo que provoca que todo en conjunto comience a fallar. Vale para todo: accidente, enfermedad, edad avanzada y demás. Al final, todo es fruto de la imperfección. Hoy finalmente soy consciente de que nada es perdurable; sin embargo, ello no significa que no valió la pena, porque así como la vida llega a su fin, no significa que en la finitud no exista la belleza o perfección, aunque breve, pero finalmente ostensible por momentos.
Hace unas semanas atrás tuve un éxito a nivel laboral, pero la verdad es que me dejó un sabor amargo, ya que no lo disfruté como tal al no haber sido perfecto o disfrutable como yo hubiera querido.
Así que hoy estoy aquí, escribiendo estas líneas sobre la perfección, que en ocasiones se espera o a veces se exige. Partamos por la definición de perfección: es aquello que no tiene errores, falencias o defectos; se trata, por lo tanto, de algo que alcanzó su máximo nivel.
Como seres humanos, muchas veces buscamos la perfección como si fuera algo alcanzable, pero eso es un mito: no importa cuánto logres, no importa cuánto tengas, nunca llegarás al máximo o infinito; nada es perfecto. Así que corresponde desmitificar la perfección, pero eso solo será posible con un trabajo sesudamente organizado y, sobre todo, con un amplio espectro de compromiso certero y fidedigno.
Cuando inicio alguna actividad, soy consciente de que existe todo un trecho desde el punto inicial hasta la meta y ese trecho, de hecho, es algo que no conozco en absoluto, por lo que siempre habrá cosas que puedan fallar y por ende reconozco que no será perfecto.
Hace un tiempo me topé con el trabajo del life coach de Michael Jordan —siempre me pregunté cuáles son los hábitos de la gente que notoriamente tiene mayormente éxito en aquello que hace— y así llegué a conocer el trabajo de Tim Grover. En uno de sus libros menciona lo siguiente: "No existe el equilibrio perfecto, constantemente estamos persiguiendo el equilibrio, pero el equilibrio es inalcanzable, porque a veces ocurrirá que nos enfoquemos más en nuestra carrera y, producto de ello, significará que no tengamos completa disposición para la vida social, la vida en pareja o la vida en familia". No podemos tener nuestra energía o atención perfectamente dividida en todo y hay que reconocerlo. No se trata de descuidarlo, sino, más bien, dejar de pretender que se puede hacer todo perfectamente y con equilibrio.
Por lo tanto, no debemos caer en el extremo de buscar que todas las esferas de nuestra vida tengan que estar al cien por ciento, sino, por el contrario, reconocer que las diferentes esferas siempre van a estar imperfectas. Lo que podemos hacer es buscar un punto intermedio entre todas estas esferas. Es complicado, más aún si uno se coloca expectativas inalcanzables, pues lo único que terminará consiguiendo es frustrarse.
Soy una persona que lidia mucho con el perfeccionismo; constantemente me exijo mucho, pero en las últimas semanas me he permitido reconocerlo para poder sanarlo, dándome permiso y aceptando que no todas las esferas de mi vida van a estar bien. En adelante, tengo claro que mi valor no está en lo que hago, sino más bien en sentir que tengo bajo control lo que hago.
Esto, definitivamente, provoca crear expectativas inalcanzables. Tener el control de todo no es alcanzable. A medida que uno se permite determinar a qué áreas le va a entregar mayor atención, cuál será el área más importante que vaya a tener mi atención y energía. Recomiendo que el área principal seas tú. No puedes ayudar a nadie más, si primero no te ayudas a ti. Entiendo que, si yo no estoy en un buen lugar, pues simplemente no puedo ser apoyo de nadie… No puedo quitarme el aire para que alguien más respire. Es como ocurre en un avión; lo primero es que te pongas la mascarilla, tú primero, para que luego puedas ponérsela a otro.
Hace unos meses acudí a un especialista en la búsqueda de asumir una alimentación saludable; así adopté una alimentación estructurada. Me sirve de mucho llevarla así por mi propio bienestar y literalmente he visto los cambios, pero ahora últimamente me está costando mantenerme con esa estructura de alimentación. Entonces, al no poder hacerlo así, empiezo a sentir la frustración, llenándome de cortisol, por el estrés, que perjudica mi salud, paradójicamente, esperando que la buena alimentación me ayude a mantener una buena salud. Pero el estrés nos llena de sintomatologías físicas; incluso somatizamos muchas cosas porque nos presionamos todo el tiempo.
Nadie tiene todo resuelto, nadie es perfecto. Yo soy consciente de que me equivoco, sé que a veces digo cosas que no son correctas, sé que a veces he escrito cosas con las que después no concuerdo por completo. Pero me permito reconocer y honrar la versión que soy hoy, porque viene con el juicio de todo lo que hice, de cómo me equivoqué y que pude hacer diferente. Pero esto sería juzgar a quien fui, con quien soy hoy. Pasa mucho en las redes sociales, por ejemplo, uno solo muestra un lado de las cosas; difícilmente se muestra la realidad como tal, además porque las redes sociales son como tierra de nadie, ya que no hay permiso para equivocarse.
Es difícil que uno sienta cariño por sus zonas oscuras, que a veces uno mismo no quiere reconocer. Porque sucede que no solo quieres que los demás no las vean, sino que uno mismo no quiere verlas, entonces las envías al inconsciente. Al aceptar tus sombras y saber cómo relacionarte con ellas, esa sombra se convierte en una puerta que te permite ver aspectos extraordinarios de mejora. Hasta no aceptar esa sombra, es imposible evolucionar de verdad. Cuando me he encontrado con mis sombras, lógicamente he sentido tristeza por ver algo que no había visto, pero no me privo de la alegría que significaría el poder transformar esas zonas oscuras.
En la vida somos como un termómetro; van a ver veces que estemos en números verdes, veces en neutral y otras ocasiones donde estemos en números rojos, porque la vida son altos y bajos. Al estar en rojo, nuestra paciencia y la tolerancia se vuelven cortas y puede que uno reaccione de una manera de la que en adelante se arrepienta. Por eso, es importante reconocer dónde estamos en ese termómetro. Primordialmente reconociendo aquello que nos resta y aquello que suma.
Reconocer que hoy quizá no pueda tener la dieta estructurada que necesito ante el diagnóstico que me dieron. Pero no por ello permitiré que me provoque estrés en la búsqueda de conseguirla o llevarla a cabo. Reconociendo que a veces podremos dar todo y a veces no será posible. Reconocer dónde estás para ser compasivo con uno mismo. Alguien alguna vez me dijo el siguiente ejemplo: Es como romperse la pierna y pretender correr una maratón con la pierna rota. Pero como ese indicador es sobre salud mental, es algo que no se puede ver físicamente, como ocurre en una radiografía; es así que a veces no se honran o no se reconocen esos momentos.
Debemos permitirnos escoger las áreas en que deseamos trabajar; por ejemplo, a estas alturas ya me hubiera gustado escribir un libro, pero por el tiempo no puedo. En vez de pagar un alquiler, ya quisiera estar pagando las cuotas del departamento, pero aún no tengo ese nivel de solvencia propia; así que escojo qué áreas puedo atender de la forma en que hoy me siento bien conmigo mismo y reconocer qué áreas puedo dejar para el futuro o también renunciar a ciertas cosas.
Mi presente es imperfecto y aun así lo honro, lo agradezco y lo celebro; debemos aprender a reconocer cuáles son las cosas que nos quitan la paz y quiénes son las personas o cosas que nos suman o, por el contrario, nos restan. Por ejemplo, me encanta escribir y leer; eso lo disfruto y eso me suma. Ahora tú, reconoce que te suma y quién te suma. Y date la oportunidad de regalarte ese abrazo a tu ser imperfecto. Ese abrazo a tu luz y oscuridad, porque no existe tu versión perfecta. Ojalá este proceso te permita compartir y conectar con tu vulnerabilidad, reconociendo tus pequeños logros, como me lo permitió a mí.