lunes, 28 de julio de 2025

Veintiocho frases por el 28

En el Perú la duda hamletiana no tiene sentido… porque ser o no ser… es lo mismo (Héctor Velarde).

El Perú, como el Aleph de Borges, es un pequeño formato del mundo entero; qué extraordinario privilegio, el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas (MVLL).

El Perú no es un país. Es un déjà vu (Renato Cisneros).

El Perú es un burdel (Pablo Macera).

El Perú es un organismo enfermo; donde se aplica el dedo… brota pus. (Manuel González Prada).

El Perú es un país adolescente (Luis Alberto Sánchez).

El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert… y el Palais Concert soy yo (Abraham Valdelomar).

El Perú es un puñado de desconcertadas gentes, esparcidas en un inmenso territorio (Nicolás de Piérola).

Problema es, en efecto y por desgracia, el Perú, pero también, felizmente, posibilidad (Jorge Basadre).

El Perú es más grande que sus problemas (Jorge Basadre).

El Perú es un país acomplejado (María Rostorowski).

El Perú es el fragmento de un mundo que sigue una trayectoria solidaria (José Carlos Mariátegui).

Abrir los ojos en el Perú es prácticamente un milagro (Nicolás Yerovi).

El Perú es un país hecho a la peruana (Mario Campos).

El Perú es madrastra de sus hijos (Blanca Varela).

Nacer en el Perú es como recibir el bautizo de una religión (Julio Ramón Ribeyro).

El Perú es un país de muchas leyes, pero sin ley (Alfredo Bryce Echenique).

El Perú es una fuente infinita para la creación (José María Arguedas).

El Perú es todas las sangres (José María Arguedas).

El Perú no es corrupto: hay corruptos, a los que les dimos el poder (Carmen McEvoy).

El Perú es una promesa que va a cumplir 200 años (César Hildebrandt).

El Perú es un país que devora a sus mejores hijos (Carlos Calderón Fajardo).

El Perú es mi patria… nada queda por agregar (Martin Adán).

El Perú es una comedia (Guillermo Thorndike).

El Perú es un país excluyente (Susana Baca).

En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú, solo se cuecen habas (César Moro).

En el Perú coexisten dos perúes, uno sojuzgado por el otro; sus culturas son diferentes, a veces se tocan y se compenetran, generalmente se repelen (Washington Delgado).

El Perú es un país infestado de cojudos (Sofocleto).

¡Feliz 28!

jueves, 19 de junio de 2025

Una historia que contar

 

En los últimos días he estado con esta idea en la cabeza: elaborar un escrito por el Día del Padre, en definitiva, a mi padre. Me he alejado un poco de este blog, pero no de escribir; así que encontré un motivo para escribir aquello que me hubiera encantado que leyera él, sin embargo, no hubiera sido posible y mucho menos tendría sentido, porque hoy lo hago desde la resignificancia que la vida siempre nos otorga.

¿Dónde comenzar? Se me vienen a la mente tantos momentos, tantas cosas, tantas emociones creadas y compartidas. Pero inequívocamente, inicio agradeciéndote por haber ocupado el papel de padre en mi vida. Sin duda tuvimos discusiones que nos alejaron, los obstáculos que aparecían o creábamos y demás dificultades; sin embargo, siempre estuviste allí presente en mi vida. Sé también que en ninguno de esos momentos dejé de quererte, al igual que tú a mí. Tengo tanto que me gustaría escribir, que definitivamente no me daría la mente para llegar a anotar todo.

La verdad es que es difícil pensar en una vida sin un padre —obviamente también sin una madre—; como seres humanos necesitamos del cuidado, afecto y atención cuando apenas somos bebés y vamos creciendo con el transcurrir del tiempo, siendo cada vez más conscientes de su presencia, por eso será de las primeras palabras que nos enseñan y finalmente aprendemos a decir. Así desde niños sabemos que hay esos dos seres que serán ejemplo e inconscientemente o conscientemente provocarán la base de la versión que seamos nosotros mismos cuando ingresamos a las lides del campo adulto en la vida.

Aquel aprendizaje que me llevo de ti por sobre todas las cosas es que uno siempre debe luchar por aquello que quiere y no rendirse, así la vida esté en contra; creo que es lo esencial que una persona necesita para afrontar la vida como tal. Así como también me dijiste que equivocarse está bien, porque caso contrario, no tendríamos aprendizaje para ser mejores. Te agradezco por lo anterior y también por esos viajes que hacíamos a lugares recónditos del Perú —lugares que nunca hubiera conocido si no fuera por ti—, por esas tardes que te visitaba y me mostrabas los nuevos libros que tenías, por los fines de semana de pollo a la brasa y helado, por los almuerzos de chifa cada día que la pasaba contigo, por las sesiones de foto que literalmente montabas cuando salíamos y llevabas contigo tu cámara Pentax u Olympus, por el gusto y respeto a los animales y el campo.

Ahora tengo muchos recuerdos que inundan con nostalgia mi ser.

Recuerdo la vez cuando estaba hospitalizado y llegaste de viaje; era de noche, y yo recién despertaba producto de la anestesia que me habían colocado. Te recibí con un cálido vómito, manchándote tu pantalón negro y camisa blanca. Me dijiste que no importaba mientras acariciabas mi cabeza. Me volví a dormir, pero esta vez más tranquilo al saber que estabas allí.

La vez cuando mi mamá me “castigó” en vacaciones en la época del colegio y me envío contigo, siendo mi destino Lima, definitivamente los dos meses consecutivos más cortos que pasé contigo y que no querían que acabaran porque significaba volver al colegio, pero sobre todo despedirme de las tardes de playa, de las caminatas por el malecón de la Costa Verde, de los fines de semana de juegos, de las visitas inter diarias al tío Jorge que vivía con su lora malcriada, que insultaba a quien tocará el timbre, de los almuerzos de chifa en Jesús María o Surco, de los viajes en tren que hacíamos desde Villa El Salvador hasta el Centro de Lima con la única intención de buscar distraerme, de los domingos de conocer nuevos lugares y como terminé conociendo el Callao, presenciando un robo de celular a tan solo unos pasos de nosotros —absolutamente todos criticaron a mi papá por llevarme allí—pero ese día aprendí inherentemente de la maldad en el mundo.

Cómo olvidar cuando llegó por primera vez al Perú el Dakar e hicimos el viaje desde Moquegua hasta Lima, el viaje más largo y agotador que hice por tierra, cuando casi nos perdemos en el desierto de Ático buscando el campamento de los autos, de las tardes de playa donde por primera vez me asusté del mar, ya que me hizo caer y me contaste tus experiencias en las playas de la capital. Ese día adquirí un respeto por el mar; de los desayunos en los campos de olivares y viñedos, siempre acompañados de tus infaltables quesos de la sierra peruana.

La primera vez que recuerdo haber visto lo que realmente es el cosmos desde la oscuridad absoluta en la tierra, en un pueblito llamado Ayaviri. Lástima que nunca pude verlo con tu telescopio porque te lo habían robado —siempre fuiste muy confiado—, cuando me llevaste en busca de la finca donde naciste y creciste tus primeros años, pero para tu sorpresa ya era una inmensa fábrica de cementos.

Aquella conversación sobre tus viajes estando cerca al puerto del Callao contemplando aquellos buques inmensos, donde me decías que solo te faltaba viajar en algún buque de esos y cuánto lo deseabas. Y yo te contaba que a mí también solo me faltaba realizar un viaje en barco. Me miraste extrañado —porque yo no había viajado en avión hasta ese entonces— así que te dije que ya había viajado en avión contigo. Me preguntaste cuándo y te respondí que cuando yo era un espermatozoide. Te reíste y me sobaste la cabeza diciendo: ¡Ay, cocoliso! Ese día, después de almorzar el correspondiente plato de chifa, tuvimos la primera conversación sobre sexualidad.

Cuando una tarde de sábado me enseñaste a apreciar y disfrutar de las orquestas sinfónicas, viendo un video que tenías en tu colección, tal cual video pirata en un teatro, esa fue la primera vez que escuché Adagio, Moonlight Sonata y The Godfather desde el violín de André Rieu. Nunca pudimos ir a una sinfónica juntos, pero aprendí que no importaba el lugar o el cómo cuando se trataba de disfrutar; solo importaba la compañía.

Las historias que mi mamá y hermanas me cuentan sobre mis primeros años de vida, como cuando te embriagaste por primera vez y encima tomando cerveza —sorpresa para mi mamá y hermanas, porque máximo solo tomabas una copa y eras realmente abstemio— con motivo de que te enteraste de que serías papá de un varón. Las veces que me dejaste destruir —en mi curiosidad de niño— tus carros metálicos coleccionables, que a nadie más dejabas tocar y cuidabas con tanto recelo. Los videos que grababas de mí en cualquier actividad que hiciera cuando era tan solo un bebé, es un tesoro poder verlos —cada que te extraño los miro desde mi celular— y son un viaje en el tiempo al verme yo mismo en mi versión de cuando ni siquiera generaba recuerdos.

De hecho, fue hace mucho que dejamos de compartir momentos, mucho tiempo que pasó sin tener verdaderas conversaciones; ahora caigo en cuenta, lo que acabo de decir es una mera fórmula convencional, pues desde mi adolescencia nunca pudimos volver a conectar. Porque, en verdad, no es fácil dirigirse a alguien a quien tanto quieres, pero, por cosas de la vida, se presentaron situaciones que a ambos nos generaron dolor, provocando distanciamiento.

Hoy añoro con nostalgia esos momentos de los que solo me quedan vagos recuerdos. Fue hasta mi pubertad que pudimos conectar —quizá poco— tan estrechamente. Hoy, en mi adultez, hubiera querido tener más tiempo para poder compartir contigo, pero en la vida no todo se puede. No me arrepiento de haber vivido cada etapa de mi vida en su forma, porque finalmente han desembocado en la versión que soy hoy. Definitivamente, aún me falta mucho para que sea la mejor, pero es la mejor que puedo ser ahora.

Reconozco que he tenido mucha suerte por todo lo que he recibido y también por lo mucho que he aprendido. Gracias por no darme todo fácil; me enseñaste mucho.

Me quedo con aquella llamada que tuvimos hace poco más de un año; estabas en Lima, y nuestras llamadas a veces a justas penas llegaban a tres minutos, exagerando. Pero aquella vez, nuestra llamada duró casi dos horas. Recuerdo mucho sobre lo que conversamos. Ahora estoy enfocado en mi vida en lograr aquello sobre lo que compartimos juntos esa tarde, a través de un teléfono, a mil kilómetros de distancia, pero nos unía el sentimiento y el amor de padre a un hijo y viceversa. Hoy ya no puedo escuchar más tu voz y sentirla vívida; sin embargo, resuena en mí mucho de lo que aprendí de ti y, obviamente, también de mamá. Gracias a ambos, soy quien vengo siendo a diario.

Un abrazo al cielo, papá, te quiero mucho; ojalá que la muerte —misteriosa— nos permita coincidir nuevamente en algún momento.

jueves, 10 de abril de 2025

La vida, es hoy!

 

En mi viaje a Lima de hace unas semanas, me reencontré con una amiga para charlar en un café después de muchos años, recordando los viejos tiempos, cuando éramos mantenidos, con muchas locuras en la mente y sobre todo cuando aún estábamos por recién ingresar a base veinte —hoy ya más cerca de la base treinta—. Conversamos sobre la vida con otra visión; ambos venimos desde las pérdidas, las derrotas y las frustraciones de sueños e ideales que aspirábamos. Así, poco a poco llegamos a tocar el tema de los vacíos en nuestra vida. Y fueron estos vacíos los que llenaron nuestra tertulia de aquella noche. Me gusta ver esos vacíos como más bien un lleno pesado. Cargar con frustraciones, angustias, silencios, pasado tormentoso y futuro incierto; esto es paradójico porque cada emoción no resuelta se acomoda en la vida, entonces llega un momento en que estamos saturados por todo aquello que no hemos podido resolver.

En el vuelo de retorno a la majestuosa Arequipa, pensaba y reflexionaba que en la vida a veces se nos olvida cómo encontrar de nuevo la felicidad, porque estamos tan sumidos en sentir lo negativo.

Me resuenan mucho las palabras de mi amiga; ella me dijo: “Haz el siguiente acto de creatividad: recuerda un momento feliz en este año —valdrá la pena—, ahora transpórtate a ese lugar; basta un aroma, una palabra, una melodía, para traer al presente un recuerdo que pueda de alguna manera levantarte un poco”.

He aprendido que la felicidad está en lo aparentemente inútil, en lo básico, en una copa de vino en la mano, en una conversación, en un mensaje, en un café, en la canción que suena a lo lejos en medio de la calle, en una imagen que te recuerda a alguien. Así que ahora me quedo con lo poco que se necesita para retomar la plenitud de la vida.

La amistad es un don sobrenatural, porque es una decisión que hace que la vida valga la pena, pues una amistad te enseña y te acompaña a afrontar con serenidad las dificultades que tiene la vida. Benditos esos vínculos amicales, que le permiten a uno surcar los mares de la tristeza, la soledad y el miedo. Más aún ahora, donde hay muchos vínculos que son irreales.

Casi al final de nuestra conversación, llegamos a la siguiente ilación: Ya no dejemos que nuestras acciones del pasado definan un día más de nuestra vida. No todo está jodido. Así que recuperemos la confianza poco a poco. Y mandemos a la mierda todo aquello que ya no resuena con nosotros.

Soy consciente de que muchas veces todo puede quedar en palabras y en ocasiones hay veces que con ello no basta. Por lo que yo era consciente, ella podía no aspirar a intentarlo por el sufrimiento que atravesaba, pues su mente le diría que era imposible salir de allí y eso es lo más natural. Yo he estado allí. Encontrarse en ese estado mental emocional no es ningún delito; aprendamos más bien a reconocerlo y cambiarlo, porque la resistencia al cambio —en este caso a sufrir— es en definitiva lo que más nos daña y no siempre es por la adversidad del momento.

El estar aferrados es un gran desgaste de energía mental y emocional constante; es anímicamente agotador, lo que desemboca en irritación, necedad y demás emociones negativas. Esto sin duda altera y afecta a todas tus esferas, dado que netamente estás minando tu interior, por lo que todo aquello que te rodea termina muy dañado.

Todos tenemos días donde a veces no entendemos ni lo que estamos haciendo, pero ello no tendría que ser la tendencia imperativa de la vida. He aprendido que en la vida debemos aprender a soltar, porque no podemos estar llevando a cuestas cosas que no son para llevar. Si vas a cargar con algo, lo idóneo es que cargues contigo mismo, no un recuerdo, no la ausencia o presencia de alguien, un dolor ajeno, porque si te centras en lo negativo, lo que ocurre es que has hipotecado tu vida. Si esta situación se vuelve una constante, lo que acaece a continuación es que pierdes la perspectiva del horizonte, porque al aferrarte, la tensión de tu interior en algún momento llegará a implosionar, y eso lo he visto en mí y ahora en mi amiga. Esto distorsiona la realidad, porque nos empuja a estar en el mundo desde una perspectiva negativa. Finalmente, inconscientemente somos nosotros los que afectamos nuestra capacidad para apreciar las cosas positivas de la vida; entonces se provoca una adicción para distraerte de todo lo bueno que puedes tener en tu vida.

He aprendido que nada es para siempre, somos finitos, pero ahora también sé que aquello que cuidamos dura más; las tragedias no son sempiternas, pero muchas veces no nos damos cuenta de que el estado actual que presentamos no será el permanente. La transitoriedad es una herramienta poderosa, porque eso hace a la vida sumamente hermosa, con su dinamismo excepcional. Cuando pasas a aceptar que en la vida nada es fijo, es la única manera de poder cambiar la perspectiva de las cosas, porque entonces ya no ves tu vida como un veredicto, sino más bien como una parte pasajera del camino que has de recorrer.

Todos tenemos el poder de cambiar la narrativa de nuestra historia; somos los actores y autores principales de nuestra vida, y más importante aún es que nosotros tenemos la potestad de escribir a cada momento un nuevo desenlace.

En la vida de cada uno de nosotros hay un momento de inflexión psicológica, porque es ahí donde llegamos a una liberación de cargas; esto sucede cuando conscientemente queremos terminar con ese estado, donde tomamos la decisión. Esto no significa que los problemas hayan terminado o desaparecido, sino más bien es hacerlo desde la aceptación, donde no hemos olvidado la lección que dejó la adversidad sufrida. La aceptación no es conformidad, sino que más bien es la comprensión de que uno tiene el poder de hacer frente de manera constructiva a su realidad en la vida. Cuando esta inflexión se presenta en un momento muy crítico de la vida, a nivel cerebral ocurre un cambio muy significativo en la forma de enfrentar las emociones, porque implica una elección de cómo quieres vivir en relación con las circunstancias que acontecen en tu vida. Ya que dejas de ser pasivamente afectado por tus circunstancias y pasas a tomar el papel activo de las emociones.

En algún momento, todos en nuestra vida hemos tenido o tenemos terror de afrontar las circunstancias, y bien decir: “Se acabó, ya no más”. Conozco a personas a las que les espanta la idea de renunciar a su trabajo, pero no les da terror quedarse treinta años de su vida en un trabajo que no disfrutan. Aunque la mente trate de razonarlo, habrá un punto donde no será verosímil. Cuando la mente está lista para trabajar con el corazón, aquello que parecía muy pesado para trabajar de pronto empieza a transformarse; la sanación no es negación, sino más bien integración. Solo en el momento presente es donde tenemos la oportunidad para influir en nuestra vida.

Hay muchas personas que incluso están aferradas a su propia personalidad; hay gente que dice "yo soy así y me voy a morir así", pero si les quitas esa forma de ser, de pronto desconocen quiénes son, porque toda su personalidad está basada en la sensación. Estamos tan arraigados con nosotros mismos, a nuestra personalidad, que, si tan solo nos despegamos de las ideas más arraigadas con objetividad, creo que muchos de nosotros sentiríamos vergüenza de nuestros propios puntos de vista, de aquella incapacidad que nos impide ver más allá de las barreras que nosotros mismos hemos construido. Hoy lo que nos separa es la indiferencia, no la distancia. Así caemos en darnos cuenta de que nuestros pensamientos y opiniones, que a menudo defendemos con fervor, solo reflejan los miedos y las experiencias que son muy limitadas. Si nos despegamos de nuestra perspectiva, aprendemos a ver la vida desde un ángulo más amplio. Así aprendí a reinterpretar mi propia vida, y es único cuando nos permitimos hacerlo. La sabiduría no reside en tener la respuesta, sino en tener la disposición de cuestionar, de aceptar nuevas interrogantes y que tus propias respuestas merecen nuevos cuestionamientos. Porque solamente así serás capaz de resolver los conflictos presentes con mayor capacidad; al aceptar las limitaciones, así abres una nueva perspectiva. El cambio solo comienza con un pequeño paso: cuestionarnos. Así no solo contribuyes a tu enriquecimiento, sino que también contribuyes a la construcción de quienes te rodean. Descubre la belleza de la incertidumbre, la belleza de la apertura mental y emocional; la vida siempre te ofrece la oportunidad de verla con ojos nuevos.

Mientras más uno se apega al egocentrismo, más nos encerramos en nuestras inferioridades. He conocido gente que ha preferido ser admirada antes que ser amada, ser importante antes que sabios; en conclusión, prefieren parecer y no ser. Hoy el negocio de la vida es ese, ser el personaje y no la persona. Pero como todo en la vida, son los embates, aquello que nos ayuda a recuperar la humildad, siempre que sea desde un nivel consciente. Todo embate en la vida es una invitación a renacer. Las personas se condenan al sufrir desde que piensan que todo debería ser de una manera, o sea, a la manera de cada quien. Como bien diría Aldous Huxley: “La verdad que hace libres a los hombres es, en gran parte, la verdad que no prefieren escuchar”.

Primero tenemos que ser conscientes de que hemos esclavizado nuestro potencial, por lo que se debe tomar coraje, pero no mañana, sino más bien ahora mismo; hay que dejar de esperar la oportunidad “perfecta”. Una verdadera oportunidad es una elección que llega como fruto de la perseverancia, pero sobre todo de la disposición. El momento no va a llegar como por arte de magia; tú tienes que provocarlo, tienes que forjarlo. Quizá haya una cuota de azar, pero de qué sirve esperar a que llegue si no más bien lo provocamos. No existen los errores del pasado, ni los del futuro, solo del presente, porque existen oportunidades que solo estarán una vez en la vida, que son únicas y exclusivas; corresponde pelearlas, aunque como siempre sea el miedo a veces más grande que la decisión de abordarlas. Porque, como bien escuché alguna vez, acertar es aburrido; por el contrario, equivocarse es divertido cuando quieres modificar, crear; la verdadera expansión mental viene de los errores.

Nuestras manos están hechas para mucho, para levantar al caído, para abrazar a quien queremos, pero también para sujetar lo que es de uno. Las decisiones solo se transforman cuando se llevan a la acción. El único paso indispensable es aquel que damos con la resolución de no retroceder; ese es el paso que tiene coraje.

El coraje es el combustible de las grandes experiencias; sin coraje uno se queda atrapado en su zona de confort, que parece que nos mantiene a salvo, pero en realidad nos mantiene a salvo a costa de sentirnos vacíos. Los momentos increíbles suceden en los márgenes de lo desconocido, donde el riesgo y el miedo se encuentran.

He aprendido que, si uno quiere una vida memorable, pues amerita tener coraje, porque si no, solo te conviertes en un espectador más, en una rutina que finalmente solo anestesia. Los momentos increíbles solo llegan cuando te atreves a deshacerte del miedo. Existe una verdad, lo memorable; antes de serlo no es seguro, por ello nunca llega si no tienes coraje. Lo muestra la historia: Víctor Hugo se tomó diecisiete años para publicar “Los Miserables”, Beethoven necesitó siete años para componer la “Novena sinfonía”, Leonardo Da Vinci más de treinta años dedicados a sus estudios sobre el cuerpo humano; y nosotros a veces, por algo en lo que llevamos un año de trabajo, ya nos rendimos, creemos que fue mucho.

A mi amiga le recomendé practicar las respiraciones profundas, porque noté también que el respirar es un acto de rebelión, de tener coraje, y cada vez que respiramos al mismo tiempo es un testimonio de nuestra fugacidad; la existencia nuestra está condenada a ser finita. Pero tenemos un gran poder, el de escribir nuestra propia historia y que en algún momento valga la pena contarla; eso depende fundamentalmente de nosotros mismos.

El miedo no tiene que ser un enemigo, porque en su gran mayoría el miedo es la sensación que refleja que eso valdrá la pena también. La acción es lo que nos define; es hora de actuar, a pesar de no tener todas las respuestas, con miedo, pero también con coraje. La verdadera magia sucede cuando uno da el primer paso, aunque sea imperfecto, aunque sea pequeño, aunque sea incierto. No se trata de saber de cuánto tienes, sino más bien de cuánto has contribuido al entorno. Las acciones que haces hoy son la piedra angular que dará sostén al futuro; los sueños no son aquellos que uno ve cuando está dormido, sino más bien todo aquello que no deja dormir. Continúa con la certeza de que construyes la invisibilidad temporal; es solo el preludio de un despertar. Conversar sobre esto con mi amiga me hizo recordar que debo seguir viviendo intensamente, sin importar cuán grande sea el miedo, porque como seres humanos, recordemos que tenemos finitud, que quizá mañana no volvamos a ver la aurora del sol. Vive la vida que te gusta, abraza tu esencia, tu autenticidad, avanza sin esperar nada, elige lo que quieres para ti cada día, explora tu vida, equivócate, celebra, y no encajes, que en realidad no somos tan importantes como creemos.

Arriesguémonos a perder lo que en realidad nunca ha sido nuestro; abracemos nuestras rarezas porque la vida es un fideicomiso, y custodiemos lo que la vida nos ha otorgado. No traicionemos la oportunidad de la vida, porque el destino hay que provocarlo.

jueves, 13 de marzo de 2025

Formatea tu cerebro

 Cada mañana abro los ojos y aún está oscuro; son las 4:30 de la madrugada. Comienzo por agradecer en los primeros diez minutos, echado en mi camita. Cuando inicié a aplicar esta actividad en mi rutina diaria, al principio, me sumergió en espacios comunes, tales como la vida, mi familia y yo.

Así pues, la gratitud se adentra en lo que denominamos las cosas sencillas de la vida, esas que, al tenerlas tan cerca, las consideramos hechas, pero en realidad no es así. El hecho de que las des por sentadas no implica que sean perpetuas o que necesariamente te sean propias. De esta manera, con esa mirada, las gracias empiezan a derramarse sobre las sábanas que me acarician suavemente en ese instante.

Ya siendo las 4:40 de la mañana, elijo un short y un polo de mangas cortas. Unas tobilleras y mis zapatillas que solo uso dentro de casa. Mat en medio de la sala verificado, vestimenta cómoda verificada, una estiradita para eliminar contracturas verificada, audífonos verificados; todo esto para comenzar mi día realizando una meditación por un intervalo de treinta minutos, acompañado de inhalar y exhalar aire por la nariz con una intención, visualizando, imaginando, construyendo la película de lo que deseo que suceda en mi día, mes, año, en mi existencia.

Existen días en los que mi rutina respiratoria es holotrópica, otros en los que es restaurativa de consistencia cardíaca, y algunos en los que se activa la pineal. ¿Te parece hippie, monse, místico, budista, zen? ... Con todo respeto, me vale madres lo que pienses.

Lo que percibo en mis oídos cambia dependiendo del día o de mi estado emocional. En ocasiones, un podcast; en otras ocasiones, ondas biaurales; en otro momento, mantras; según las circunstancias, sinfónicas; o finalmente solo radio oxígeno. Jamás música con letra que aborde rupturas, melancolías, adversidades o "cantinero, sírvame otra copa"... No daño mi cerebro de esa manera y mucho menos en el preludio del día.

Posteriormente le administro una ducha fría a mi cuerpo, ya sea en primavera, verano, invierno u otoño. ¿La razón? Activa mi nervio vago (googlea qué función tiene y te darás cuenta de que todo lo que sucede en nuestro organismo se produce ahí).

Son las 5:15 de la mañana, tomo aquella ducha con agua fría. Jean azul, polo gris o negro (poseo 8 camisetas cuasi idénticas). Me la plagié de Mark Zuckerberg y Steve Jobs, quienes optaron por no consumir ni una sola caloría al reflexionar sobre qué vestir, sobre todo al momento de ir a trabajar. Declaro mi pertenencia a ese club. No deseo enfocar mi cerebro en eso durante cada mañana por cinco días a la semana.

He ido adquiriendo conocimientos, explorando, realizando cursos, retiros, seminarios, certificaciones y todo lo que de manera responsable se encuentra a la altura de la ciencia para recuperar mi soberanía.

Hoy puedo afirmar que comprendo cómo operan las emociones. Las personas afirman: "Las emociones te causan enfermedades"... Mentira.
Lo que te causa malestar es la química en el cerebro que genera una emoción. Las emociones y las hormonas mantienen una relación recíproca, dado que las hormonas actúan como transmisoras de los compuestos químicos que el cerebro libera al sentir cierta emoción. En otras palabras, lo que realizo diariamente es simplemente poner en marcha mi botiquín emocional personal. Y esto no es una creencia mágica ni optimista o "creces si crees que puedes...". Esto es una ciencia estricta y sólida. Neurociencia, mi reciente pasatiempo, por el cual también he estado desaparecido un tiempo en estos lares.

Me he desplazado por muchos lugares en busca de encontrar pasatiempos, actividades que me permitan recuperar mi autonomía mental. ¿Qué asimile? Pues a reducir los grados de ansiedad mediante ciertos métodos y estilos de abrazo. Algo que en realidad no resulta poco cuando hablamos de salud emocional.
Hace algunos meses, me enfoqué mucho más en el tema y en la investigación de cómo opera el cerebro humano. Si deseas que te proporcione una primera sugerencia, ahí te va: Ten mucho, ¡pero mucho cuidado con lo que piensas!

Los pensamientos positivos producen sentimientos positivos y estos últimos se reflejan en resultados igualmente positivos. Negativas mentales... todo lo contrario. Lo que sucede en el ámbito químico de tu cerebro repercute directamente en el ámbito fisiológico, es decir, impacta en tu organismo.

Por lo tanto, es imprescindible (al menos para mí) comenzar el día cultivando en mi cerebro emociones de alta frecuencia, las cuales van a producir químicos beneficiosos. Ahí es donde las manifestaciones entran a tallar. El efecto en mi cuerpo será instantáneo. Lo puedo vincular con una melodía, de tal forma que, como si fuera uno de los canes de Pávlov, cada vez que oigo esa melodía, la emoción positiva regresa a mi cuerpo y mente. En otras palabras, he cultivado una emoción en mi cerebro.

Existen diferentes formas de cultivar en el cerebro, como si se tratara de un jardín; una de estas formas es la palabra. Por lo tanto, también debes ser cauteloso con las palabras que empleas. Todo lo que emites debería ser sagrado. Cada palabra, sonido, onda, vibración posee una fuerza. Háblate bonito.

No me he transformado en Osho, no soy un santo —ni aspiro a serlo— ni lo seré jamás, no soy un monje de origen tibetano. De hecho, la continuaré embarrando dado que soy un ser humano. Esto no implica "dominar mis emociones", ya que cada una de ellas entra en nuestro cuerpo con un propósito específico. Finalmente, estas son bellas señales acerca de mi existencia y mi ambiente. Porque no somos ni seremos, sino más bien estamos siendo a cada momento. Tengamos claro que esto no es una panacea, y menos te va a convertir de la noche a la mañana en una persona iluminada, pero algún ápice de claridad ha de entregar. Cada emoción posee un objetivo y debemos aprender a identificarlas y, sobre todo, a escucharlas. ¿Qué mensaje transmite esta emoción? ¿Qué requiero adquirir? ¿Qué me está alertando? ¿Qué puedo hacer?

viernes, 21 de febrero de 2025

Si duele... por ahí no es

 Cuando hay problemas a nivel amoroso, usualmente solemos mirar primero a la contraparte; sin embargo, la problemática siempre primordialmente viene de uno mismo. Por ello es importante ver desde dónde elige uno, ya que en muchos de los casos el problema, vuelvo a reiterar, “es uno mismo”. Esto quiere decir que nosotros mismos somos parte de ese problema, pero ojo, al 50%, ya que la otra persona también es parte de la problemática. Es importante observar desde dónde uno está eligiendo a la otra persona, por ejemplo, desde la ausencia materna o paterna, desde la inseguridad, desde la búsqueda de aprobación, desde la sensación de soledad, etc. La detección de esta información viene de la mano de un trabajo de psicoterapia a consciencia, ya que de esta manera podemos determinar el patrón existente en nosotros. Es simple, hagamos la revisión del patrón de las parejas que hemos tenido a lo largo de la vida; sin duda, existirán temas que desembocan en situaciones no solucionadas desde la infancia.

Cuando uno empieza a vincularse afectivamente con otra persona, nuestro cerebro comienza a producir hormonas de manera desbordada; este ciclo dura entre seis meses y tres años. En ese periodo estamos completamente desbordados a nivel emocional, es lo que conocemos como enamoramiento. El primer tramo del amor es pura química, es un proceso puro y duro de biología. Estamos tan desbordados a nivel químico-hormonal, que incluso los psicoterapeutas indican que es similar a un trastorno obsesivo-compulsivo, ya que pasan muchas cosas en el cerebro que no nos permiten ver con claridad los hechos. Incluso en el enamoramiento hay una parte del cerebro que se apaga; este estado provoca alteraciones neuronales en diferentes áreas relacionadas con la percepción. Bien dicen que cuando uno está enamorado, está ilusionado; efectivamente, como bien me dijo un psicólogo, estar enamorado es una ilusión, y como toda ilusión, es finalmente una distorsión de la realidad.

En psicología, existen dos grandes trastornos de la realidad: la alucinación, que es la percepción de un algo que no existe, y la ilusión, que es la percepción distorsionada de un algo que sí existe.

Hace poco atravesamos San Valentín, y el discurso por esta fecha es que debemos casarnos cuando estamos enamorados, pero nadie nunca ha hablado a consciencia sobre lo que significa el amor real, el amor trabajado sesudamente, porque, por contrario, sobra la palabrería del amor romántico, y es que seamos sinceros, en nuestra sociedad es lo que más vende, desde las películas hasta los libros.

Así que la próxima vez que estés a punto de tomar una decisión importante en el plano sentimental, recuerda que, si es en el lapso menor de tres años, no te cases, porque estás con zonas del cerebro que tienen la percepción bloqueada. Entonces no estás mirando la realidad, porque estás decidiendo antes de elegir con la capacidad de poder ver todas las variables reales. Uno elige libremente realmente cuando tiene la disposición con claridad de las variables. Para dar paso a una elección real, es necesario que todo el alborotamiento hormonal pase; así recién puede existir una elección real.

Este proceso hormonal del enamoramiento tiene tres fases: atracción, flechazo y apego. Cuando conoces a alguien, automáticamente hay un shot de hormonas que generan una avalancha de neurotransmisores.

La primera etapa es la de atracción, que, en el caso de los hombres, empezamos a generar un montón de testosterona —segregando literalmente un huaico—. El objetivo de la testosterona es vital para ir adelante, para obtener el objetivo; desde el inicio de la evolución ha sido vital para sobrevivir. En el hombre, esta hormona provoca la fuerza, el ímpetu para ir por el objetivo impuesto desde la toma de decisiones. En la naturaleza biológica, este derroche de testosterona tiene que ver con perpetuar la especie, ciencia pura. En el caso de la mujer, existe la segregación de estrógeno, pero nuevamente en desbalance; esto provoca que, biológicamente hablando, la mujer quede enfocada en solo ese hombre, solo ese ser humano masculino y, finalmente, biológicamente provoca el “match”. Así se entabla la relación entre hombre y mujer, quienes biológicamente sus hormonas decidieron con quién perpetuar la especie. Hasta aquí, check a la primera etapa.

La segunda etapa es el periodo del flechazo; en el caso de hombres y mujeres, empieza la segregación de dopamina en demasía. Tengamos en cuenta que en el lapso de enamoramiento toda la segregación hormonal es a borbotones. Esta hormona es la recompensa del cerebro; el enamoramiento es como una droga, porque genera una adicción de querer más, en este caso de querer más del otro ser humano. La dopamina en exceso, desde la perspectiva de un vínculo amoroso, activa la zona de recompensa del cerebro; por eso al inicio de las relaciones queremos más. A la par, también empezamos a producir la feniletilamina, que se conoce como la molécula del amor, y mucha serotonina. En el caso de esta última hormona, lo que provoca es un desbalance emocional. Eso ocurre cuando empiezas a salir con alguien hasta transcurridos unos tres años, por lo que enamorado no se deben tomar decisiones importantes que vayan en una conjetura mayor para la vida; no es el camino. Es entendible que la sociedad, desde las novelas, Disney, Barbie y todo el mamarracho disponible en el medio, ofrece la viabilidad de que enamorado es donde se toman las decisiones, que las mariposas en el estómago son inexplicables, pero falso. Esto último, por ejemplo, es cortisol; todo es un proceso químico. Dejémonos de huevadas.

Como diría el biol. Miguel Figueroa, desde el lado “macaco”, en el plano biológico puro, es por ello que, desde el inicio de las primeras etapas, siempre queremos tener relaciones sexuales —meterle reja— todos los días —más aún los hombres— mañana, tarde y noche. Eso es simplemente instinto biológico que hemos desarrollado en nuestra evolución. Claro está que, si no estás dando matraca pura y dura, ya es un tema de acuerdos y convenciones sociales.

Hay frases relacionadas con el amor, a lo largo de la historia, que tienen mucho sentido, pero que nosotros las hemos relacionado con el amor romántico. Como, por ejemplo: “El amor es ciego”, claro que el amor es ciego, porque tenemos varias partes del cerebro bloqueadas, porque literalmente se han apagado varias zonas de raciocinio. Por eso pasa en hombres y mujeres —más que todo en las mujeres— la clásica que, cuando alguien empieza a salir con alguien, en la conversa con los amigos o amigas, en el tramo de los primeros meses, le encuentras al otro ser humano una serie de atributos biónicos. Miramos al otro como el más churro, el más capo, el más inteligente, el que tiene un puestazo laboral, con personalidad, emprendedor, etc. Así decimos que lindo todo ese combo. Pero siempre están los vínculos amicales que nos dan un portazo en la cara y nos dicen: “¿No te das cuenta de lo que dices? Es horrible, no pasa nada, es un idiota inmaduro”. Esto no es envidia, sino más bien que, como no están enamorados de ese ser humano, pues no han perdido el grado de percepción de la realidad, como le ocurre al ser que está enamorado desde el primer momento. Esto en síntesis ocurre porque estás todo el tiempo generando mucha dopamina, que es la droga del área de recompensa del cerebro; por ello ocurre que deseas estar con esa persona casi todo el tiempo, porque la dopamina es adictiva.

Hace unos días hablaba con mi primera expareja, conversamos sobre cómo evolucionamos, cómo aprendimos en ese breve lapso y cuánto nos sirvió lo que aprendimos. A pesar de haber compartido tan solo casi un año y medio, habiendo estado, obviamente, en todo ese lapso drogados. Y conversamos sobre este tema, dado que lo viví en el espectáculo de Carlos Galdós “Casos del corazón: si duele por ahí no es…” —que fue unas horas antes de nuestro encuentro— así aterricé muchas ideas con su perspectiva.

Hasta ahora hemos llegado hasta dos etapas; la primera fue la atracción y la segunda, el flechazo. Finalmente tenemos la tercera etapa: el apego. Que tiene que ver con la generación de vasopresina, conocida como la hormona de la “fidelidad”; esta hormona genera que tengas lazos y vínculos emocionales estrechos para la persona de la cual te has enamorado. Esta hormona también es generada con el contacto de la piel, como los abrazos —tuve la oportunidad hace unos meses de participar de un taller de abrazoterapia y déjenme recomendarlo en absoluto—. Sumemos todas estas hormonas en conjunto y cuando ya han pasado los tres años —científicamente demostrado, no excede ese lapso— o puede ser menos, y todas estas hormonas se vuelven a nivelar, y retomas el equilibrio. Recién ese momento es cuando comenzamos a ver, y cuando vemos integralmente al otro ser humano, decimos: “Ah, miércoles, cierto que así era”, es en ese lapso cuando nace el amor y muere el enamoramiento; desde allí recién podemos hablar de una elección real.

En el espectáculo de Carlos, entendí finalmente las diferencias que tenemos entre hombres y mujeres, no solo en el ámbito sentimental, sino también, por ejemplo, porque a las mujeres les cuesta tomar decisiones, como, por ejemplo, las clásicas preguntas trampa que lanzan, ejemplo, M: ¿Vamos a comer? H: Ya, ¿dónde? M: Tú elige, H: Ya vamos al local X, M: Ay, no, ya hemos ido varias veces. Entonces aterrizamos la idea de que todo este proceso es biología pura, científicamente demostrado, y que no es solo un pretexto para comenzar una discusión.

Se han dado cuenta de que la basura que vende Disney y todos sus cuentos de amor de ensueño son sosos. Comencemos porque siempre a la mujer la coloca como la que debe ser rescatada, teniendo un rol inferior, en donde alguien la valida y la coloca en un pedestal. Ahí, por ejemplo, ocurre que se le tira la responsabilidad al lado masculino, haga todo por ti y pierdas el poder femenino. Eso no es real, no debería ser así.

A todos nos ha pasado que, en alguna relación, de pronto se acabó el amor, se desenamoró, empezó la frialdad, a dejarse de lado, ya no mirarse igual, encontrar todos los “defectos”. Esta realidad es producida porque las hormonas ya se han nivelado, equilibrado y, por ende, las áreas del cerebro que están relacionadas con la percepción ya no están siendo alteradas. Como mencionaba líneas arriba, en ese momento es cuando realmente comienza el amor, porque el amor es la capacidad de elección a la persona tal cual como es, porque en el enamoramiento uno está eligiendo desde la irrealidad, la ilusión, cegados por completo. En nuestra cultura, lamentablemente, ocurre que para cuando ya llega ese momento, muchas veces ya hay hijos de por medio y hasta uno está casado, pero como siempre se recurre al divorcio o querer cambiar “para bien” a la otra persona. Pero ahora he aprendido que el amor real no busca cambiar, porque en realidad tampoco lo puede hacer. La capacidad del amor real va desde amar tal y como es uno, amar ese paquete completo, porque no se puede pretender cambiar al otro para que uno mismo sea feliz.

Necesitamos saber la definición del amor; cuestiónense eso, por favor, porque en este medio estamos tan bombardeados de falsedades sobre el amor. El amor no es un sentimiento, no es una emoción, porque he aprendido que los sentimientos y emociones son volátiles y efímeros. Sin embargo, el amor es una decisión en la que uno mismo decide estar con la persona desde la objetividad pura, reconociendo a la otra persona como un todo, con defectos y virtudes. Desde ese punto debemos realizar la siguiente operación, como una ecuación: desde mi perspectiva, esa persona tiene más virtudes para mí que me hacen bien y, por ende, me amplifican. En los defectos también debería tener características, que a lo mejor a mí no me afectan tanto. Desde ahí nace la capacidad de elección; lo positivo siempre tiene que ser mayor que lo negativo, siempre que esto negativo no me genere daño alguno y pueda manejarlo.

No existe el ser humano perfecto, eso es irreal, no existe. Al inicio, nuestro cerebro, al estar bloqueado e ilusionado, cree que encontramos al ser humano perfecto. Para tomar la decisión de construir la vida junto a esa otra persona, necesariamente tiene que haber un superávit de las virtudes, y con las cosas negativas hay que hacerse varias preguntas, y según las respuestas es considerar si se puede vivir con ello. Como ya dije, no se debe pretender cambiar, porque lo que no me gusta no tiene que ver con la otra persona, sino conmigo; por consiguiente, se debe generar la dinámica de conversar con esta persona y llegar a generar acuerdos.

El psicólogo Robert Sternberg, quien tiene una teoría triangular del amor —búsquenla, por favor—, esta teoría habla sobre tres componentes que se manifiestan en cualquier relación amorosa: intimidad, pasión y compromiso. Estos elementos, a la práctica, se entremezclan entre sí, pero saber distinguirlos en un marco teórico nos ayuda a comprender el fenómeno del amor y a reconocer mejor sus matices y detalles.

Primera cualidad: la intimidad. Hace referencia al sentimiento de cercanía, a la conexión entre las dos personas que forman parte de la historia de amor, a la confianza entre ellos, a la amistad y al afecto. Segunda cualidad: la pasión; este componente es la excitación o la energía de la relación. Los sentimientos de la atracción física y el impulso o la necesidad de estar con la otra persona y de tener relaciones íntimas. Última cualidad: el compromiso, hace referencia a la decisión de seguir en la relación a pesar de los altibajos que puedan surgir. Incluye aspectos como los momentos vividos, la historia de la relación, etc.

Me quedo con mi definición de amor, porque finalmente la definición de este es subjetiva. Para mí, el amor es un intercambio, una transacción emocional, en donde existe la oferta y la demanda. La oferta es lo que ofrezco, soy yo como producto en el mercado, con defectos y virtudes, exponiendo quién soy cuando amo y también quién no soy. Porque finalmente lo lindo del amor es que te elijan como eres, por quién eres y que quieres. Y la demanda es que busca uno de la otra persona, que espera uno y que le gusta. Poner eso en bandeja de conversación desde el principio nos ahorraría mucho tiempo, que, como no me canso de decir, somos finitos y tiempo es lo que menos tenemos.

Después de haber trabajado por meses en terapia, me he dado cuenta de que debo retomarla, porque aún hay mucho por ahondar en mi mente, comenzando por mi capacidad de elección, que en definitiva viene del niño interior. Ya que la persona con la que nos vinculamos es simplemente un espejo de uno mismo, dado que en el amor tampoco se trata de ser víctima o victimario, cada uno debe hacerse responsable por lo que aporta, al igual que la contraparte. No existe ser humano malo o bueno; existen seres imperfectos que han sido moldeados desde la cultura, desde la familia, desde el entorno, y por consecuente nos olvidamos de que somos seres de luz, seres de amor y que todo lo que nos pasa en la vida es ganancia. Pero para eso hay que trabajar mucho, lo digo por experiencia. En el vínculo amoroso detectamos aquello de lo cual carece la otra persona, pero esta carencia también la tenemos nosotros; es por ello que inconscientemente nos relacionamos con ese tipo de ser humano. Nosotros amamos como nos amaron a nosotros. A medida que aprendemos a amar realmente, nos volvemos más conscientes de nuestra capacidad de elección; mientras más sepamos que queremos, nos volvemos más selectivos.

Para finalizar, lean, averigüen, instrúyanse, aprendan y tomen cartas en el asunto. No hay solo una forma de amor, existen muchas, pero como bien me dijo mi psicólogo en algún momento, no todos los amores merecen ser vividos. Seamos conscientes de la elección que hacemos, hagámonos cargo de lo que queremos, comenzando por un trabajo fácil: realizando una lista de aquello que buscamos en un vínculo. Un abrazo, gente. Hasta la próxima.


jueves, 6 de febrero de 2025

El cerebro piensa, el corazón sabe

 Estar agradecido con uno mismo es fundamental para poder llevar una vida sana y, en la medida de lo posible, para transitarla con tranquilidad mental.

Hace unos días me dispuse a leer unos escritos que mi papá dejó, quizá días antes de morir. Y dentro de todos los temas que escribía, me topé con uno que era muy recurrente: hablaba y se hablaba a sí mismo sobre la gratitud. Este tema a nivel personal lo empecé a hondo desde hace unos meses en mi vida, así que por experiencia propia puedo decir que es un tema muy importante cuando hablamos de salud mental.

Encontré un párrafo en sus escritos que ha de resonar mucho en adelante en mi vida: “Padezco esta dolencia crónica que efectivamente provoca daños en mi cuerpo; sin embargo, también poseo numerosas otras actividades en mi vida que me hacen sentir bien. No solo soy la enfermedad que padezco; también soy una infinidad de registros saludables y hermosos en los que puedo concentrarme, y de esta manera disminuir el dolor de mi enfermedad”.

En mi búsqueda por información sobre gratitud, me he topado con infinidad de investigaciones sobre el caso, siendo en su mayoría la gran parte las que he encontrado de la Clínica Mayo, con investigadores como el Dr. Mario Alonso Puig y el Dr. Amit Sood.

La Clínica Mayo es quizá la institución que más invierte en investigación médica, o por lo menos la que está a la vanguardia en diversos temas, con tan solo decir que al momento vienen desarrollando alrededor de doce mil estudios clínicos. Es así como desde la década del noventa vienen desarrollando investigaciones asociadas a la gratitud y meditación, temas que previamente estaban muy connotados al lado místico.

En el 2010, en el Journal of Positive Psychology —similar a la revista del Colegio de Psicólogos del Perú, pero con mucho más renombre y relevancia— describen que las prácticas de gratitud en pacientes con enfermedades crónicas incrementaban su resiliencia; esto significa que desarrollaban un poco más de habilidad para afrontar la enfermedad y, además, experimentaban un mayor fortalecimiento y mejora que en el pasado. En cristiano, no se centraban completamente en el "por qué diablos padezco esta enfermedad, por qué a mí, por qué este castigo divino, por qué yo". En realidad, experimentaban un enfoque específico en todo lo que sí poseían de manera positiva.

Entendí que así también lo hizo mi papá, quizá por eso convivió tantos años con esa enfermedad, recibiendo solo tratamiento de medicina integrativa. Ahora entiendo por qué siempre tenía en mente aspirar a su mejora; siempre pensaba en positivo. Perdón, papá, por haberlo entendido demasiado tarde en tu vida y gracias por haberme dejado ese regalo para la mía.

La dinámica cerebral funciona de la siguiente forma: los pensamientos producen emociones, las emociones producen acciones.

Cuando empiezas a practicar rutinas de gratitud diarias, ocurren diversas transformaciones en tu cerebro. Cada vez que meditas, tomas una respiración profunda consciente y gestionas tus pensamientos positivos, o sea, en lo que realmente posees; como realizar una lista diaria de cinco motivos, personas o elementos por los que estás agradecido y, además, consigues que la lista sea distinta cada día. Pues déjame decirte —por experiencia propia— que existen cambios radicales en la sesera.

La meditación es esencial para comenzar una práctica de gratitud, ya que nos capacita en enfocarnos, reconectarnos con los demás, la percepción de estar unidos a todos y a todo lo que nos envuelve. En otras palabras, la comprensión de que todos somos uno. Esta información ya estaba en manos de los budistas hace más de 2,500 años. Descubrieron que la mente es un caos y causa dificultades, que es una máquina de pensamientos negativos, y que el único método para relajarla, tranquilizarla y armonizarla para que nos beneficie es cultivando el control de la atención.

La meditación tiene un gran componente científico, pero lamentablemente la hemos asociado a mundos espiritistas como el taoísmo, el budismo o el zen.

Partamos definiendo la meditación, que no es más que un estado de quietud. Tiene dos dimensiones: en sánscrito, una se llama shámata y la otra, vipassana. Como lo explica el Dr. Mario Alonso Puig, hagamos de cuenta que queremos ver las estrellas por la noche con un telescopio, pero el telescopio está moviéndose, entonces no nos permite ver nada, por lo cual lo primero que se debe hacer es aquietar el telescopio. Este proceso se llama shámata, pero de entrada no podemos ver nada; entonces, de repente, finalmente podemos ver algo. A este proceso final se le llama vipassana. Así que, en simples palabras, lo primero que debemos hacer es aquietar nuestra mente, ya que la evidencia científica señala que aquietar la mente es bueno, dado que el caos mental que tenemos produce enfermedades. Tener pensamientos negativos como celos, culpas, vergüenza, ira y demás han sido estudiados mediante neuroimágenes que producen la activación del sistema nervioso simpático que no debería de estar activado, y esto provoca el deterioro del cuerpo. Hay evidencias de que aquietar el ruido mental tiene efectos en enfermedades como cáncer, esclerosis múltiple, así como mejoras en el sistema inmune.

Cuando uno consigue llegar al vipassana, es cuando empieza a ver cosas, empezamos a conocer soluciones a problemas, a ver por qué hay cosas en nosotros que sin saberlo impiden encontrar soluciones. Desde luego, que cuando estamos habitados por algún trauma profundo, lo recomendable es llevar la meditación supervisada por un psicoterapeuta. Si te interesa —y debería— conocer a fondo el aspecto de la meditación, te recomiendo “la meditación del corazón” que ha sido desarrollada por el Dr. Mario Alonso Puig; está de manera gratuita en su web, dura tan solo once minutos. Actualmente, un equipo de investigadores viene desarrollando una investigación buscando los parámetros bioquímicos que produce esta meditación en el cuerpo; los primeros resultados han detectado oxitocina —la hormona del amor— que está relacionada con la mejora de la salud, la reducción de estrés, etc. Existe mucha información clínica y científica sobre los efectos beneficiosos de la meditación.

Conozco personas que me dicen que la meditación no es lo suyo, porque es muy difícil parar los pensamientos, sobre todo los negativos, pero es cuando más recomiendo la meditación, porque el objetivo no es parar estos pensamientos, es que se paren solos en nuestra mente, dejando de prestarles la atención que muchas veces es abrumadora. La meditación se trata de reconocernos, no en las nubes, sino más bien en el cielo de nuestra mente, poder ver todo el plano. Este proceso sencillo, al calmar la mente, provoca que el cuerpo se relaje. La meditación va de la mano con la respiración y el agradecimiento; ponla en práctica cada mañana, por unos diez o quince minutos, verás como en un tiempo notarás la diferencia.

¿Cómo puedo hacer una reingeniería en mi cerebro? Pues déjame recomendarte dos formas —sustentadas científicamente—: la primera es el ejercicio físico, que produce una serie de hormonas y neurotransmisores que me proporcionan sensaciones de bienestar y crecimiento; y la otra vía es la meditación, la autoobservación, donde llegas a tal nivel de afinidad que, cada vez que percibes un pensamiento negativo, consigues sustituirlo por uno favorable. Así que allí tienes la capacidad de modificar tus emociones tanto desde el cuerpo (actividad física) como desde la mente (atención plena).

Las ideas son constructivas, dado que nuestra mente es una mente simbólica, ya que genera, procesa y comprende símbolos, conceptos y significados abstractos, lo que resulta imprescindible para la creatividad y la comunicación. Las palabras generan realidades en nuestra mente y, en consecuencia, poseen la habilidad de influir y hasta modificar nuestra interacción con el mundo, las cosas y los individuos.

Te dejo algunos beneficios de practicar la gratitud:

  • Activas la corteza prefrontal, que es precisamente el segmento del cerebro donde se realizan las decisiones. Cuando practicas la gratitud, la mente se activa y se autodirige hacia lo positivo; por lo tanto, las emociones negativas se reducen.
  • Provocas neurotransmisores positivos liberados como dopamina, serotonina, oxitocina, etc. Todos ellos producen una sensación de confort y, cuando sucede, disminuye tu ansiedad.
  • Disminuye el funcionamiento de la amígdala, que es la sección del cerebro responsable de manejar las emociones negativas, como temor y ansiedad. En el instante, esto influye en la reducción del estrés.
  • Se activa el sistema de recompensa cerebral, lo que te provoca una sensación de motivación y deseo de vivir.
  • Incrementa tu materia gris. Esto implica que existen alteraciones en tu estructura cerebral, especialmente en la región del hipocampo, y esto tiene un impacto directo en tu salud mental.

En otras palabras, para prosperar en la vida es necesario curar la mente, y para curar la mente es necesario modificar nuestras ideas. Puedes comenzar buscando los términos que quizá no entendiste o no conoces de nuestro cerebro, solicitarme si deseas los libros que tengo y demás material que he encontrado. Finalmente, solo puedo decirte que el que busca encuentra, y esa tarea ya es personal. Aquí ya te lancé algunos nombres y datos que fácilmente puedes buscar en la web. Un abrazo.

jueves, 23 de enero de 2025

El éxito no se basa en el mérito

 El vocablo "éxito" deriva del latín exire, que se compone de ex (fuera) e ire (ir). En otras palabras, salir, irse fuera. A pesar de que también se empleaba para señalar "fin", "término". La traducción en inglés fue exit, una palabra que se encuentra en señales de todos los aeropuertos del mundo para indicar la salida.

Además, frecuentemente también la usamos al referirnos a alguien que ha dejado nuestra vida o a una relación que ha terminado: un "ex".

Por el siglo XVIII se registró en español con su significado original, y con el paso del tiempo se transformó hasta hallar su significado actual: final feliz u objetivo logrado.

Por otro lado, "mérito" surge del término en latín meritus, que es un participio pasivo de mereō: merecer. Es claro que existe una considerable separación entre algo que termina y algo que se merece. En ocasiones, para bien, en ocasiones para mal, no siempre las situaciones terminan como se esperaría.

Por lo cual podemos avizorar que la vida carece de equidad.

Observemos nuestro entorno y verificaremos que los mejores no siempre son los triunfadores. El mundo está repleto de triunfadores sin mérito y de meritorios sin éxito. Y de personas exitosas que se sienten infelices —que hasta finiquitan su propia vida—.

Los que lograron el objetivo llegando a la meta son mostrados como ejemplo. Muchos lo han efectuado con armas de valor, otros con menos, y existen quienes solo contaban con un golpe de azar. El azar es un asunto que merece considerarse al reflexionar acerca de la vida.

Como seres humanos no ostentamos todo el control. No fijamos certezas y nos movemos serenamente sobre ellas. En cambio, poseemos incertidumbres y fluctuamos entre lo factible y lo inviable.

Borges ironizaba que “lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”.

De igual manera, Voltaire tenía un pensamiento similar, argumentando que el azar era un término sin sentido, ya que “nada puede existir sin causa”.

Desde el lado contrario, Eurípides —uno de los tres destacados poetas de tragedia en la antigua Grecia— expresó: “Sostener que existen los dioses, ¿no será que nos engañamos con mentiras y sueños irreales, siendo que sólo el azar y el cambio constante controlan el mundo?”

Además, Séneca acoge esta mirada: “Verdaderamente, el azar tiene mucho poder sobre nosotros, puesto que, si vivimos, es por azar”.

Así mismo, Stephen Hawking expresó: “He notado que incluso aquellos que afirman que todo está predestinado y que no podemos cambiar nada al respecto, miran a ambos lados antes de cruzar la calle”.

Hace unos días, me resonaron las palabras de Horacio Ferrer: “Los seres que no saben de la muerte no tienen tiempo, no tienen ni pasado ni futuro, pero como seres humanos, sí”. Ello me conllevó a cuestionarme: ¿el momento de nuestra muerte será por azar o por toda la maquinaria de la causalidad que se orquesta desde nuestro nacimiento?

A continuación, unos breves relatos que me llevan a disociar el mérito del éxito, el azar de la causalidad, porque, como hemos de ver, el azar es como un dios peculiar capaz de destruir todo: la felicidad, la tristeza, el amor y la propia vida.

Guillaume Le Gentil nació en Francia en 1725. Cuando su familia lo instó a adoptar los hábitos, estudió teología con los jesuitas de París, donde conoció a Joseph Delisle, un reconocido astrónomo y cartógrafo. Le Gentil, entusiasmado por el conocimiento que adquiría a su lado, optó por dedicarse al estudio de la astronomía.

En 1753, ingresó a la Academia de Ciencias. Pocos años después, ya había adquirido una considerable reputación. Por aquel entonces, se inició la planificación de una expedición internacional con el objetivo de calcular la distancia entre la Tierra y el Sol.

Para conseguirlo, era esencial utilizar "el tránsito de Venus", un suceso astronómico que tiene una periodicidad inusual: cuatro tránsitos cada 243 años. Los dos primeros tránsitos se separaron durante ocho años y los otros dos por más de cien. El último par de eventos ocurrió en 1631 y 1639, siendo los siguientes en 1761 y 1769. Más de un centenar de científicos se movilizaron en diferentes lugares del planeta con el objetivo de aprovechar esa oportunidad única para determinar con precisión la distancia entre la Tierra y el Sol. Guillaume Le Gentil fue uno de ellos.

El astrónomo francés determinó que Pondicherry, una región de la costa oriental de la India —en ese momento perteneciente al reino de Francia— era el lugar ideal para tomar las referencias. Partió de Francia con una anticipación de quince meses. Tiempo más que suficiente para instalar y asentar los dispositivos de medición. Sin embargo, los vientos alteraron la dirección del barco y casi naufragó en el mar. A pesar de todo, consiguió alcanzar su destino, pero no logró desembarcar debido a la circunstancia política del área: los ingleses habían tomado el territorio.

Obligado a realizar sus mediciones desde un barco que se encontraba en reparación y en constante desplazamiento, sus cálculos resultaron inútiles. Entendiendo que el suceso ocurriría ocho años más tarde, optó por un nuevo destino: Manila, la capital de Filipinas, fue el lugar al que se dirigió sin reservas. No obstante, el 23 de octubre de 1766, el monte Mayón, un volcán que había estado inactivo durante 150 años, estalló y Le Gentil tuvo que huir de inmediato. Luego de la firma del Tratado de París, Pondicherry, su destino inicial, volvió a estar gobernado por Francia y el astrónomo retomó su proyecto original.

Desde comienzos de 1767, residiendo en la India, en esta ocasión tuvo suficiente tiempo para prepararse. Estableció un observatorio, puso los instrumentos, los examinó hasta el agotamiento y aguardó la fecha establecida. Aquella mañana comenzó tan brillante como las previas, pero al llegar el instante deseado, una tormenta morrocotuda se desató, dejando completamente encapotado el cielo durante las casi tres horas que abarcó el fenómeno, y Le Gentil no logró percibirla. Quemar el observatorio fue poco.

Para rematar su vivencia, enfermó de disentería y tardó cerca de un año en recuperarse. Durante su travesía de retorno, el barco fue azotado por un tifón cerca de Reunión, cayendo al mar. Fue rescatado por un navío español, para finalmente llegar a París en 1771. Previamente, debido a que la última noticia suya fue que había naufragado, se le declaró oficialmente muerto. Así pues, sus bienes fueron distribuidos, su puesto en la Academia de Ciencias fue adjudicado a otro científico y quien era su esposa —ya viuda, dadas las circunstancias— se había vuelto a casar.

Después de cerca de diez años de viajes, incertidumbres y desgracias, el segundo tránsito de Venus ocurrió sin que él lograra registrar ni una única referencia válida. Ya no tendría la capacidad de hacerlo. Si las estimaciones eran acertadas — y lo fueron—, el siguiente tránsito ocurriría el 9 de diciembre de 1874. Más de cien años habrían transcurrido.

Le Gentil registró en su diario: “He viajado más de diez mil leguas, he cruzado una multitud de mares, exiliándome de mi propia tierra, solo para ser testigo de una nube fatal que me apartó de los frutos de mis sufrimientos y fatigas”.

Diez años de dedicación, más de diez mil kilómetros recorridos y bastó un cielo nuboso para que Guillaume Le Gentil, en vez de alcanzar el éxito, se topara con el fracaso y además lo perdiera todo.

¿Destino, merecimiento, azar u obsesión?

Esta historia no solo estuvo acompañada de mala suerte. Además, la obsesión aportó su parte. Esa fijación que puede perjudicarnos si rechazamos la pérdida de algo. Sin recurrir a grandes logros, en la vida diaria nos encontramos con este tipo de conductas. Numerosos individuos se vuelven obsesionados por obtener algo e insisten más allá de lo lógico, a pesar de que la vida les demuestre que no conseguirán lo que anhelan.

No es verdad que el querer implique poder. Reconocer la derrota no es igual que declararse invicto. No es una mirada conformista, sino la habilidad para aceptar lo más angustioso de la condición humana: todo no es posible.

Hay una narración persa muy corta denominada "Los tres príncipes de Serendip". De esta manera, descubrí el origen del término serendipia. El relato narra los hallazgos azarosos que unos príncipes hacían mientras viajaban. De esta manera, se creó un término para referirse a descubrimientos involuntarios: "serendipity". Definición que en castellano se tradujo como serendipia.

Quizás la serendipia más significativa fue la efectuada por el médico escocés Alexander Fleming.

Fleming era un individuo bastante desordenado, lo cual fue un beneficio para su hallazgo. Como médico, tenía la obligación de finalizar unos experimentos que su amigo Melvyn Price había abandonado al irse del laboratorio que compartían. Fleming se situaba allí, en medio de su caos, circundado por placas con cultivos de estafilococos, cuando de repente descubrió que una de estas placas había sido contaminada con hongos. La observó y descubrió que los estafilococos habían desaparecido en las áreas donde se desarrollaba el hongo. Tomó una muestra y la conservó para futuras investigaciones. Fue su cultivo inicial utilizando el hongo "Penicillium".

Fleming llamó penicilina a aquella sustancia desconocida que había disminuido la proliferación de las bacterias. A pesar de que reconoció de inmediato la importancia de este descubrimiento, sus compañeros lo disminuyeron. No obstante, el antibiótico llamó la atención del gobierno de Estados Unidos, quien accedió a financiar sus estudios. Por aquel entonces, la Segunda Guerra Mundial estaba en marcha y ese hallazgo podría ser crucial. Y lo consiguió. Por lo tanto, Alexander Fleming fue galardonado con el Nobel de Medicina en 1945 por el hallazgo de la penicilina. Muchos se irritaron. Defendían que Fleming no debería ser premiado, ya que solo hizo una observación casual sobre un fallo que había ocasionado.

Era verdad. A pesar de que, como afirmó La Rochefoucauld, aunque los hombres se vanaglorian de sus grandes creaciones, “frecuentemente no son estas el resultado de un noble propósito, sino efecto del azar”.

Premio Nobel. Reconocimiento. Éxito.

¿Merecimiento o azar?

A menudo, se pasa por alto la relevancia del azar, ya que rechaza la noción de que todo está en nuestras manos y establece un límite a la vanidad humana. Por lo que sería un error pensar que todo éxito o fracaso es merecido.

Nos guste o no, la vida es en su mayoría azarosa, y existen aspectos que no podemos manejar. A pesar de que vale la pena el esfuerzo de buscar el éxito, porque como dijo Pasteur: “El azar sólo favorece a los espíritus preparados”.

jueves, 16 de enero de 2025

Sin temor del Hado

 Soy alguien que no tiene una vida social desenfrenada —por lo menos eso pienso— ya que usualmente salgo de juerga o a reuniones los fines de semana cada dos semanas aproximadamente, y muy rara vez algún día entre semana, solo cuando la ocasión lo amerita.

Hace algunos días, fui invitado a una reunión por el cumpleaños de un amigo, quien cumplía un cuarto de siglo viviendo en este plano terrenal. Este amigo mío acostumbra a decretar el preludio de sus reuniones a las 6 p.m., como si se tratara de una matiné o fiesta infantil. Pero entiendo sus motivos, y es que, ya que todos sus amigos somos peruanos o, por lo menos, los que invita, pues irresistiblemente todo el mundo cumple con la hora peruana, hora cabana. Pienso que uno es puntual cuando realmente lo desea, como en mi caso: llego entre veinte y treinta minutos más tarde de mi hora de ingreso al trabajo —aunque no siempre—, pero cuando son compromisos que me nacen y me mueven más allá, pues estoy incluso antes de la hora pactada. Así que no soy quién para criticar la tardanza, más bien la acepto y la respeto.

Volviendo al quid de la cuestión, como en cada reunión, no pueden faltar las bebidas espirituosas, elixires de barricas, que pasan tantos años a la espera de ser ingeridas a borbotones. Es así como en las reuniones o juergas llega un punto en que uno va viendo como el alcohol, gota a gota, se agota, por lo que indiscutiblemente no falta nunca quien lanza la alerta y precavidamente organiza la colecta para adquirir el siguiente líquido elemento; esos amigos nunca faltan, felizmente. La reunión llegó a su momento cúspide a la medianoche cuando nos dispusimos a degustar un delicioso pollo a la brasa, calurosamente patrocinado por la apreciada madre de mi amigo. Pasadas las horas en donde uno está conversando, bebiendo y disfrutando de la buena música —del momento o clásicos longevos—, poco a poco, los invitados empiezan a discurrir argumentando que tienen planes en unas horas y deben estar presentables, otros simplemente se retiran porque ya no se hallan a gusto, otros porque empiezan a ser domados por el cansancio y adormecimiento —producto de la hora y la ingesta de alcohol—, algunos otros porque solo tienen permiso hasta cierta hora, y así un sinfín de argumentos posibles; sin embargo, siempre quedan algunos que no se van hasta que el acto culmine y literalmente vean la salida del sol. En ocasiones, gustosamente puedo decir que soy de aquellos que aman disfrutar de los primeros rayos solares. Así pues, aquel fin de semana transcurrido, pude apreciar la alborada del día. Después de llegar al departamento y previo a disponerme a dormir por algunas horas gustosamente en mi plácida cama, llega el momento de la verdad al comprobar que no olvidé nada en el taxi o en algún otro lugar —felizmente nunca me ha pasado o, por lo menos, no al punto de perderlo—, pero lo realizo como acto protocolar, tal cual inventario general de mis posesiones utilizadas en la noche previa.

Después de disfrutar del descanso en los brazos de Morfeo, unos minutos después de pararme, me dispongo a beber, pero esta vez agua. Noto que mi cuerpo empieza a manifestar los estragos de las horas previas, iniciando con el dolor de cabeza, el malestar muscular y demás manifestaciones que provoca el paso del alcohol por el torrente sanguíneo. Así, de un desparpajo, caigo en cuenta de que ya no soy aquel joven que en años previos podía hasta estar de juerga por tres días. Sí, leyeron bien, qué buenos recuerdos. Aplaudo a los que aún lo pueden hacer, y les digo que disfruten, porque llega una edad en la que a las justas se puede con un día.

Finalmente, al despertar por completo, beber abundante agua y asearme, me dispongo a analizar qué actividades he de realizar durante el día. Aquel domingo debía limpiar el departamento, ya que no lo hacía por casi diez días y pues ya estaba lleno de polvo, sobre todo los muebles, ya que aún no hay aspiradora robot que realice tal función —por lo menos no la he visto para comprarla—. ¿Qué sería de mí sin la aspiradora robot? Mientras la aspiradora hacía su trabajo al ras del piso, yo iba limpiando los muebles y lustrando las áreas que ya no tenían polvo. Desde que comencé con esas actividades, pues habrían transcurrido apenas unos cuarenta minutos, y de repente empecé a sentir náuseas, mareo y un dolor de cabeza intenso, todo en conjunto, como si se tratara de un combo con descuento que uno encuentra haciendo compras. Así se manifestaba la resaca; no es la primera vez que sufro de la misma, pero en esta ocasión sí tardó en manifestarse, que hasta incluso llegué a vanagloriarme porque pensé que mi cuerpo estaba álgidamente en su esplendor después de la ingesta del alcohol. Pero siempre la vida aparece con sus golpes de realidad y nos arroja las consecuencias de nuestros actos.

Mi labor de limpiar el departamento de pronto quedó paralizada; la aspiradora se quedó sin batería y el resto de los ítems de limpieza, pues, donde cayeron. No tuve de otra que dirigir mi cuerpo al sillón y descansar. Cuando estoy en modo amo de casa, pues escucho todo tipo de género musical. Así me entregué nuevamente a los brazos de Morfeo, con la esperanza de que, al despertar, la resaca haya finiquitado en mi ser. Transcurrida casi una hora después, desperté con una sensación un poco más placentera, pero esta vez la melodía que sonaba desde el televisor era música criolla y es que el algoritmo sabe que los domingos al mediodía es lo que me gusta escuchar. Así pues, sonaba el Zambo Cavero con “Cada domingo a las doce después de la misa”; al mirar mi reloj, caí en cuenta de que eran las dos de la tarde. Escuchar música criolla al mediodía usualmente impulsa a mis papilas gustativas a degustar algún platillo de nuestra exquisita cocina, pero en ese momento todo mi sistema gustativo estaba anulado. Ni hambre tenía. Así me dispuse a continuar con mi labor de limpieza en mi hogar, pero claudiqué en el intento porque, apenas me puse de pie, nuevamente volvieron a mí los malestares. Por lo que volví al sillón y me puse a ver una película. Finalmente, a eso de las cinco de la tarde pude ponerme en pie para culminar con mis actividades de limpieza. Como buen precavido que soy, horas antes de salir, el sábado por la mañana aproveché en lavar mi ropa, así que no tendría problema con ello; de lo que sí no tuve consideración fue en abastecerme de comida, así que ya por la noche del domingo me dispuse a ir de compras para no morir de hambre durante la semana que estaba por iniciar. Recién por la noche y ya estando rodeado de comida, volvió a mí la esencia de mi apetito.

He caído en cuenta de que ya no soy aquel joven que podía soportar varios mililitros de alcohol en su cuerpo, así como también de mi irresponsabilidad por no cuidar de mi salud ante la condición que me limita en cuanto a consumo de alcohol se refiere. Me encantaría decir que me volveré abstemio, pero eso sería engañarme vilmente. Pero sería miserable si no reconociera cuánto he disfrutado con tales vivencias y cuántas anécdotas tengo para contar. A manera de dejar un pequeño rastro de ellas, aquí van algunas:

  • La vez en que me olvidé mi celular en casa de una amiga donde se celebraba su cumpleaños, y tuve que ir a recogerlo horas más tarde, pero lastimosamente ella viajaba y quien me entregó mi celular fue su papá. Recuerdo que se me caía la cara de vergüenza. Tenía diecinueve años.
  • Cuando regurgité desde el puente Chilina a las instalaciones de Egasa, y es que no podía ensuciarle el carro a mi amigo. Aun en ese estado soy consciente de la pulcritud.
  • En Lima, con unos amigos queríamos adquirir más licor y pues nos dispusimos a ir a Tambo, donde trabajan 24 horas, pero solo expendían licor hasta las 11 p.m., y al estar fuera de hora y no poder adquirirlo, quise colocar un reclamo por esa restricción horaria. Al día siguiente volví y casualmente me encontré con el chico que me atendió horas antes; le pedí disculpas por el impase.
  • El cumpleaños de un amigo fue un jueves y todo comenzó como una reunión con varios amigos plan tranqui en día de semana, no recuerdo cómo se pasaron las horas y terminé llegando al departamento a las 4:30 a.m. Ya siendo viernes, tenía que ir a trabajar e ingresaba a las 6 a.m. Llegué a las 7:30 a.m., a la par de la llamada de mi jefe. Felizmente, el asistente y los auxiliares saben sus funciones a detalle; ese día supe que contaba con ellos y no necesitaban de supervisión constante.
  • La ocasión en donde, al despertar, me percaté de que el celular que tenía en mi poder no era el mío. Después de las indagaciones correspondientes, mi amigo tenía mi celular y el que yo tenía era de él.
  • En una juerga en el depa, mi amigo trajo a su team de medicina; solo he de decir que beben alcohol como agua. Me fui a dormir a la 1 a.m. Al despertar unas horas después, encontré una bolsa de basura llena de botellas de licor —más de las que dejé—, otra bolsa con restos de comida pedida por delivery, la jarra y vasos bien lavados en la cocina; hasta creo que habían limpiado el piso. Esa fue la única vez que, después de una reu en el departamento, no tuve que limpiar; gracias gente.

Definitivamente, podría continuar contando muchas más anécdotas, buenas y malas; finalmente me quedo con ellas y las acepto, porque me trajeron a este punto, sumando mucho en mi vida y porque no también restando —lo necesario— quizá.

Por cierto, mamá, tengo conocimiento de que desde hace algunas semanas lees estas líneas; definitivamente te estás enterando mucho más de lo que sabes, pero confía en que has criado por poco más de veinte años a un ser humano con valores: responsable —en su casi totalidad—, respetuoso, tolerante, etc. y sobre todo mesurable con los elíxires mundanos.

Así pues, tengo infinidad de vivencias afines con el licor. No puedo quejarme, por tener cada historia que algún día he de contar a alguien en su totalidad; dicho esto, me resuenan nuevamente las palabras de la sabia Sor Juana Inés: “Goza, sin temor del Hado, el curso breve de tu edad lozana, pues no podrá la muerte de mañana quitarte lo que hubieres gozado”, que en traducción sería: “Pásatelo bomba de joven y que no te quiten lo bailado, porque después todo son madrugones, facturas e ibuprofeno”. Finalmente, vida solo hay una, así que corresponde disfrutarla y aceptarla con todo lo que nos ofrece. ¡Salud!

jueves, 9 de enero de 2025

Abrazar la imperfección

  Estas líneas las escribí hace unas semanas y, como casi todos los post, estos primero pasan por la aprobación de mi entrañable editora, quien para este caso ya lo había aprobado un miércoles, así que el post estaba listo para ser publicado sacramentalmente como cada jueves, pero aquel jueves, nada volvió a ser igual. Como preámbulo a las líneas a continuación, puedo hoy decir que la vida es completamente imperfecta y que una exigua perfección que muestra es la muerte. Me explico: morimos teóricamente porque algún órgano perfecto —previamente— en su funcionamiento, presenta de pronto una imperfección, lo que provoca que todo en conjunto comience a fallar. Vale para todo: accidente, enfermedad, edad avanzada y demás. Al final, todo es fruto de la imperfección. Hoy finalmente soy consciente de que nada es perdurable; sin embargo, ello no significa que no valió la pena, porque así como la vida llega a su fin, no significa que en la finitud no exista la belleza o perfección, aunque breve, pero finalmente ostensible por momentos.

Hace unas semanas atrás tuve un éxito a nivel laboral, pero la verdad es que me dejó un sabor amargo, ya que no lo disfruté como tal al no haber sido perfecto o disfrutable como yo hubiera querido.

Así que hoy estoy aquí, escribiendo estas líneas sobre la perfección, que en ocasiones se espera o a veces se exige. Partamos por la definición de perfección: es aquello que no tiene errores, falencias o defectos; se trata, por lo tanto, de algo que alcanzó su máximo nivel.

Como seres humanos, muchas veces buscamos la perfección como si fuera algo alcanzable, pero eso es un mito: no importa cuánto logres, no importa cuánto tengas, nunca llegarás al máximo o infinito; nada es perfecto. Así que corresponde desmitificar la perfección, pero eso solo será posible con un trabajo sesudamente organizado y, sobre todo, con un amplio espectro de compromiso certero y fidedigno.

Cuando inicio alguna actividad, soy consciente de que existe todo un trecho desde el punto inicial hasta la meta y ese trecho, de hecho, es algo que no conozco en absoluto, por lo que siempre habrá cosas que puedan fallar y por ende reconozco que no será perfecto.

Hace un tiempo me topé con el trabajo del life coach de Michael Jordan —siempre me pregunté cuáles son los hábitos de la gente que notoriamente tiene mayormente éxito en aquello que hace— y así llegué a conocer el trabajo de Tim Grover. En uno de sus libros menciona lo siguiente: "No existe el equilibrio perfecto, constantemente estamos persiguiendo el equilibrio, pero el equilibrio es inalcanzable, porque a veces ocurrirá que nos enfoquemos más en nuestra carrera y, producto de ello, significará que no tengamos completa disposición para la vida social, la vida en pareja o la vida en familia". No podemos tener nuestra energía o atención perfectamente dividida en todo y hay que reconocerlo. No se trata de descuidarlo, sino, más bien, dejar de pretender que se puede hacer todo perfectamente y con equilibrio.

Por lo tanto, no debemos caer en el extremo de buscar que todas las esferas de nuestra vida tengan que estar al cien por ciento, sino, por el contrario, reconocer que las diferentes esferas siempre van a estar imperfectas. Lo que podemos hacer es buscar un punto intermedio entre todas estas esferas. Es complicado, más aún si uno se coloca expectativas inalcanzables, pues lo único que terminará consiguiendo es frustrarse.

Soy una persona que lidia mucho con el perfeccionismo; constantemente me exijo mucho, pero en las últimas semanas me he permitido reconocerlo para poder sanarlo, dándome permiso y aceptando que no todas las esferas de mi vida van a estar bien. En adelante, tengo claro que mi valor no está en lo que hago, sino más bien en sentir que tengo bajo control lo que hago.

Esto, definitivamente, provoca crear expectativas inalcanzables. Tener el control de todo no es alcanzable. A medida que uno se permite determinar a qué áreas le va a entregar mayor atención, cuál será el área más importante que vaya a tener mi atención y energía. Recomiendo que el área principal seas tú. No puedes ayudar a nadie más, si primero no te ayudas a ti. Entiendo que, si yo no estoy en un buen lugar, pues simplemente no puedo ser apoyo de nadie… No puedo quitarme el aire para que alguien más respire. Es como ocurre en un avión; lo primero es que te pongas la mascarilla, tú primero, para que luego puedas ponérsela a otro.

Hace unos meses acudí a un especialista en la búsqueda de asumir una alimentación saludable; así adopté una alimentación estructurada. Me sirve de mucho llevarla así por mi propio bienestar y literalmente he visto los cambios, pero ahora últimamente me está costando mantenerme con esa estructura de alimentación. Entonces, al no poder hacerlo así, empiezo a sentir la frustración, llenándome de cortisol, por el estrés, que perjudica mi salud, paradójicamente, esperando que la buena alimentación me ayude a mantener una buena salud. Pero el estrés nos llena de sintomatologías físicas; incluso somatizamos muchas cosas porque nos presionamos todo el tiempo.

Nadie tiene todo resuelto, nadie es perfecto. Yo soy consciente de que me equivoco, sé que a veces digo cosas que no son correctas, sé que a veces he escrito cosas con las que después no concuerdo por completo. Pero me permito reconocer y honrar la versión que soy hoy, porque viene con el juicio de todo lo que hice, de cómo me equivoqué y que pude hacer diferente. Pero esto sería juzgar a quien fui, con quien soy hoy. Pasa mucho en las redes sociales, por ejemplo, uno solo muestra un lado de las cosas; difícilmente se muestra la realidad como tal, además porque las redes sociales son como tierra de nadie, ya que no hay permiso para equivocarse.

Es difícil que uno sienta cariño por sus zonas oscuras, que a veces uno mismo no quiere reconocer. Porque sucede que no solo quieres que los demás no las vean, sino que uno mismo no quiere verlas, entonces las envías al inconsciente. Al aceptar tus sombras y saber cómo relacionarte con ellas, esa sombra se convierte en una puerta que te permite ver aspectos extraordinarios de mejora. Hasta no aceptar esa sombra, es imposible evolucionar de verdad. Cuando me he encontrado con mis sombras, lógicamente he sentido tristeza por ver algo que no había visto, pero no me privo de la alegría que significaría el poder transformar esas zonas oscuras.

En la vida somos como un termómetro; van a ver veces que estemos en números verdes, veces en neutral y otras ocasiones donde estemos en números rojos, porque la vida son altos y bajos. Al estar en rojo, nuestra paciencia y la tolerancia se vuelven cortas y puede que uno reaccione de una manera de la que en adelante se arrepienta. Por eso, es importante reconocer dónde estamos en ese termómetro. Primordialmente reconociendo aquello que nos resta y aquello que suma.

Reconocer que hoy quizá no pueda tener la dieta estructurada que necesito ante el diagnóstico que me dieron. Pero no por ello permitiré que me provoque estrés en la búsqueda de conseguirla o llevarla a cabo. Reconociendo que a veces podremos dar todo y a veces no será posible. Reconocer dónde estás para ser compasivo con uno mismo. Alguien alguna vez me dijo el siguiente ejemplo: Es como romperse la pierna y pretender correr una maratón con la pierna rota. Pero como ese indicador es sobre salud mental, es algo que no se puede ver físicamente, como ocurre en una radiografía; es así que a veces no se honran o no se reconocen esos momentos.

Debemos permitirnos escoger las áreas en que deseamos trabajar; por ejemplo, a estas alturas ya me hubiera gustado escribir un libro, pero por el tiempo no puedo. En vez de pagar un alquiler, ya quisiera estar pagando las cuotas del departamento, pero aún no tengo ese nivel de solvencia propia; así que escojo qué áreas puedo atender de la forma en que hoy me siento bien conmigo mismo y reconocer qué áreas puedo dejar para el futuro o también renunciar a ciertas cosas.

Mi presente es imperfecto y aun así lo honro, lo agradezco y lo celebro; debemos aprender a reconocer cuáles son las cosas que nos quitan la paz y quiénes son las personas o cosas que nos suman o, por el contrario, nos restan. Por ejemplo, me encanta escribir y leer; eso lo disfruto y eso me suma. Ahora tú, reconoce que te suma y quién te suma. Y date la oportunidad de regalarte ese abrazo a tu ser imperfecto. Ese abrazo a tu luz y oscuridad, porque no existe tu versión perfecta. Ojalá este proceso te permita compartir y conectar con tu vulnerabilidad, reconociendo tus pequeños logros, como me lo permitió a mí.

martes, 31 de diciembre de 2024

Y tú… ¿Qué deseas?


En Puno y algunas regiones de Bolivia, existe la famosa Feria de las Alasitas —Patrimonio Cultural de la Nación— según la IA: las alasitas son objetos artísticos en miniatura que se venden en ferias artesanales y que representan los deseos y aspiraciones de las personas. La palabra “alasita” proviene del verbo aymara “alathaña”, que significa “cómprame”. Esta maravillosa feria existe en honor también a Ekeko —dios aimara de la abundancia—. Todos conocemos a este muñequito, que anda lleno de bolsitas con mercancías de dudosa procedencia y con su infaltable cigarro Inca. 

En conclusión y en cristiano, significa que es un muñequito miniatura artesanal que tiene como objetivo —mediante un ritual— hacer que cualquier cosa se convierta en realidad.

Es decir, si te compras una casita miniatura, en conjunto con el ritual chamánico que trae en combo: campanadas, agua de todas las flores de una florería, escupitajos con Listerine bamba, tres rezos en otra lengua —fácil te están insultando en quechua o aimara— y finalmente una bendición. Concluido todo ese trajín, muy probablemente usted vea materializado su sueño de la casita propia. Lo mismo ocurriría si te compras un autito miniatura, pues del mismo modo hay altas probabilidades de que, después del ritual, salgas de tu casa y veas el autito materializado en la puerta de tu casita.

Por estas fechas, el año pasado, alguien apreciado me entregó un cartoncito, que no era más que un título profesional, incluso entregado a nombre de la nación y emitido por mi fabulosa alma mater. La verdad es que en aquel momento no dejé de reír por la incredulidad de hasta dónde llega la imaginación de los comerciantes con la finalidad de acometer buenos ingresos económicos. Lástima que a la mañana siguiente no apareció un courier con el título profesional en la puerta de la casa, ni mucho menos la universidad me llamó para felicitarme por tal obtención. Por el contrario, lo que ocurrió fue que apunté con compromiso y responsabilidad a finalmente desarrollar todo aquello que conlleva obtener este grado académico. Aunque a valer verdad, egresé hace cuatro años de la universidad y recién este año me puse las pilas para obtener el ansiado y anhelado título —a pesar de todas las adversidades afrontadas en este lapso— pues finalmente solo falta sustentarlo. Así que definitivamente, ese cartoncito que me obsequiaron a finales del año pasado pues surtió efecto a su manera.

He tenido la oportunidad de visitar esta feria, que anda repleta de gente; pudiendo comprobar que efectivamente venden miniaturas de todo lo habido y por haber, de todo lo deseable y por desear. Pasan el huevo, el cuy, leen las cartas, las hojas de coca, el maíz. Incluso hasta hay invidentes —o al menos dicen serlo— que realizan masajes liberadores de malas auras. El color amarillo abunda por doquier, aunque también hay rojo para el amor, verde para buscar protección, dorado para el éxito, blanco para armonía, azul para atraer seguridad y demás colores habidos y por haber. Sin duda alguna es el universo del pida nomás que todo se consigue y olvídese de hacerse cargo; dejemos todo en las manos de Dios, del universo, del Ekeko, de la suerte y de los demás, pero usted no se preocupe que no debe hacer nada. 

Siendo realistas, si dejas todo en mano de la suerte y nunca haces algo, simplemente estás renunciando a tu vida y, lo que es peor aún, a la responsabilidad de tus actos. Aunque no faltan quienes creen que, si no hacen nada, entonces simplemente nunca tendrán que dar razón a nadie; por ende, nadie puede emitir juicio alguno por algo que nunca hizo. Y, obviamente, si las cosas no salen como uno desea, pues no se comerán el mal rato del que dirán ajeno.

Particularmente, yo era de los que no creían en las cábalas, en dejar que mi vida se rija por la suerte, en realizar rituales para “un buen porvenir”; sin embargo, este año he renunciado a esa creencia, por lo que incluso ayer, cuando fui a comprar mi agenda 2025 —sí, a pesar de tener Keep o blog de notas en el cel—, pues prefiero siempre plasmar todo en papel. Es así como me compré una agenda astral para este año que está por comenzar —que obviamente incluye cábalas— las mismas que he de realizar en tan solo unas horas. Si Dios, la vida, el universo o el Ekeko lo permiten, pues podré dar testimonio dentro de 365 días de cómo me surtieron efecto estas acciones a realizar hoy a medianoche.

Me gusta creer que toda experiencia de vida tiene un "¿para qué?" y no un "¿por qué?", ya que este último busca una razón lógica inmediata; por el contrario, el primero va más allá. Aunque no siempre podamos tener el control de aquello que sucede, pues siempre podremos elegir cómo responder ante ello. Es por esto por lo que, para mí, el año nuevo trae un concepto de recibir algo nuevo, un nuevo comienzo; es una dosis de volver a empezar, volver a comenzar. Hagan válido este concepto si también les resuena, porque nunca falta quien dice: “Ahh, esperas año nuevo para comenzar…”

Todo comienzo, previamente, tiene un final; así pues, si algo terminó, es porque cumplió su propósito en tu vida, y todo lo nuevo tiene un propósito que aún desconocemos. Al fin de cuentas, todo, absolutamente todo tiene un para qué. Así que hoy me dispondré a dejar todo lo que pude haber vivido en este año que está por terminar, para iniciar el año venidero brutalmente renovado. Felizmente me conozco lo suficiente para saber que cuento con determinación para lograrlo, así que, si el Ekeko me falla, pues estaré yo para no claudicar. 

A mí me funciona reiniciar, hackear mi cerebro; si a ti te funciona, tómalo. En mi caso, me funciona internalizar que es una fecha en que puedo recomenzar. Es más, no comienzas desde el mismo punto de partida que el año que se va, sino más bien comienzas con ventaja, con todo lo vivido, todo lo adquirido; comienzas con lo que no funcionó y sabes que entonces por ahí no es. Lo que hayas podido lograr el año que se va tiene que ver contigo. Pero vuelve a prometerte cosas; algunas las podrás cumplir y otras no, pero eso es lo de menos, así que toma esta nueva oportunidad para volver a empezar. No tengan miedo, todo depende de uno, así que tomen esta oportunidad, porque como he aprendido, pues solo hay una vida y por más que deseemos, no la podemos comprar ni siquiera en una feria de las Alasitas. Y como bien decía Sor Juana Inés: “Goza, sin temor del hado, el curso breve de tu edad lozana, pues no podrá la muerte de mañana quitarte lo que hubieres hoy gozado”. Sin más verborrea por mi parte este año, ¡les deseo un feliz año nuevo!