Comienzo con la siguiente premisa: no hubiese imaginado jamás escribir sobre este tema; de hecho, la publicación de esta semana ya estaba elaborada desde la semana pasada, pero debido a uno de los últimos aconteceres en mi vida, pues me he visto en la necesidad de publicar estas líneas.
Hace tan solo unas horas, he sufrido lo que significa la extracción de dos muelas del juicio, un premolar y una supernumeraria. Así es, leyeron bien, en total la extracción de cuatro muelas; todo se logró en menos de ochenta minutos. Aunque en realidad, en las últimas semanas me han extraído en total siete muelas. Pero remontémonos un poco en el tiempo, y vayamos al quid de la cuestión.
Aproximadamente hace doce años, me indicaron que debían extraerme las muelas del juicio para proceder con el inicio de mi tratamiento de ortodoncia, que implica el uso de dispositivos para enderezar los dientes, en busca de la tan deseada sonrisa “ideal”, pero ciertamente en su momento me causaba mucho miedo y pánico la idea de extraerme muelas, y más aún siendo las del juicio. Sumémosle que en mi entorno escuchaba que era el dolor más horrible que uno podía sentir, pues así fue como me generaron un temor. Es así como al dentista solo iba por: limpieza bucal, control dental y prevención de placa. En el transcurrir de todos estos años, no volví a tocar el tema de la extracción de estos molares, que era el génesis para comenzar con mi tratamiento de ortodoncia.
Finalmente, hace unos meses decidí que era el momento de dar este salto en mi vida, dejar de ser aquel chiquillo cobarde que tenía miedo a la extracción de molares y lanzarme como adulto al consultorio dental para que inicien con toda la labor que implica mi tratamiento.
Producto de ello, nuevamente he perdido partes de mi cuerpo, como sabrán algunos de ustedes, pues desde hace quince años solo vivo con un riñón, así que la primera pieza que perdí de mi preciado cuerpo fue mi riñón izquierdo. Por razones obvias, pues no guardo conmigo a ese órgano mío, como un recuerdo en algún cofre; sin embargo, distinta es la situación que ocurre con mis muelas, pues estas se encuentran descansando en un cofre, quizá esperando al Ratón Pérez y que me deposite un buen billete por ellas —no por su valor, sino para mínimamente recuperar el costo de extracción, jajaja— o simplemente como recuerdo de <aquello que alguna vez fue parte de mí. La semana pasada hablaba sobre la impermanencia y me sigue resonando hasta en estas líneas; ni siquiera lo que nos constituye como seres está asegurado a permanecer con nosotros.
Estas semanas de dolor, pues ciertamente, no eran como las imaginé o como por lo menos escuché. En la primera intervención, donde me sacaron tres muelas: dos del juicio y un premolar, pues no sentí dolor alguno y mi cara por lo menos no terminó hinchada. De hecho, todos se sorprendían al verme y que no tuviese ningún estrago producto de esta intervención. Al día siguiente ya estaba trabajando y volviendo al gym a los tres días. Lo único incómodo era el dolor por los puntos y el cuidado ante la alimentación, pero después de ello todo transcurrió con normalidad. Aunque, obviamente, esto también fue posible por el cóctel de medicamentos que ingresaban a mi organismo y las preciadas manos de mi odontóloga principal.
La evolución y obtención de buenos resultados en la primera intervención – espero también en esta segunda – pues definitivamente va asociada a que puedo contar con un excelente equipo de odontólogos, especializados en lo más mínimo; así es como en esta última intervención tuvo que sumarse un cirujano maxilofacial, todo por la bendita supernumeraria que estaba bien enterrada y no medía más de 6 mm. Así que literalmente tuve a dos cirujanos encima mío, forcejeando a punta de infinidad de herramientas quirúrgicas en mi estrecha cavidad bucal.
Resalto que mientras escribo estas líneas, pues estoy sumamente adormecido y con todo tipo de fluidos médicos en mi torrente sanguíneo. Siendo sincero, no siento media cara, mi cabeza está volando por las drogas y a la vez siento que palpita; y mi cuerpo tiene la temperatura de una playa en verano. Obviamente, en mi trabajo oficial, tengo permiso y en mi trabajo alternativo, pues corresponde trabajo asincrónico. La única parte negativa de todo esto es la alimentación, porque soy de los que aman los sólidos, pero toca estar por casi una semana con dieta blanda y blanca, con líquidos a montones; por lo menos esto último significa que para el fin de semana no hay excusa que justifique la ausencia de una deliciosa botella de Smirnoff. Pero ya está, finalmente perdí aquella barrera entre la ortodoncia y yo.